Ese dolor en el niño es una realidad que hay que enfrentar. Ninguno es demasiado pequeño para no darse cuenta de cuando una persona importante para ellos, ya no está

Uno de los mayores desafíos al que todos tenemos que hacer frente en algún momento de nuestras vidas es a la pérdida de un ser querido, “ley de vida”, que no aceptamos conformes. La desaparición física definitiva de ese ser que tanto significó para nosotros, implica un proceso de duelo que no siempre sabemos procesar.

Ese duelo o perdida, cada uno la vive de manera individual. Los desafíos son personales y relativos a la vida de cada uno. Por eso no hay plazos, ni tiempos para procesar un duelo. Algunas personas necesitan seis meses, otros un año, dos…una vida entera.

Si resulta muy cuesta arriba para los adultos, el impacto que causa en los niños, cuyo universo depende por naturaleza de un adulto (padres, hermanos mayores, tíos, amistades…), es un golpe demasiado fuerte que les cambia toda su vida.

El ser humano tiene en general, una gran capacidad de resiliencia. Aun así, debemos saber qué factores intervienen de manera positiva, y cuáles de manera negativa para hacer frente a ese dolor que nos embarga, y a esa sensación de vacío.

“Vivimos tiempos distintos, en que niños y adolescentes ya no están al margen de lo que ocurre como épocas anteriores. Hoy, gracias al Internet, existen muchas vías de comunicación a través de las cuales los pequeños están muy al tanto de todo lo que acontece. Ya no se puede intentar “tapar el sol con un dedo”, explica la psicóloga Rosa Mariana Brea Franco experta en manejo de duelo. Por esa causa dice, negarle o minimizar la situación les hace más daño, que explicarle lo sucedido.

El tipo de vínculo que el niño ha tenido con la persona fallecida determinará la manera de procesar su duelo. “Si se creció o no con la persona que se fue, si eran cercanos, ya sean padres o abuelos, hay que subrayar el vínculo, porque es fundamental en el momento de vivir la perdida”, enfatiza Brea Franco.

Resalta que el duelo es una experiencia única e individual, y que desde que nacemos vivimos situaciones de duelos.

Pérdidas por muerte

“Lo primero que debemos entender es la edad y el momento del desarrollo del niño. La noticia de lo sucedido debe ser comunicada siempre por un adulto cercano”, recomienda Rosa Mariana, quien explica que si la muerte ha sido trágica, por ejemplo un accidente, en el que ha fallecido un hermano, el papá, la mamá o un tío, hay que explicarle que sucedió, y tratar de que el niño vaya procesándolo, no de manera violenta ni abrupta.

“Entre los tres y cinco años, algunos niños suelen tener pensamientos mágicos y asocian la pérdida, a un mal comportamiento suyo, comienzan a pensar que no acompañó a su mamá o que no hizo lo que debía. Por eso, es importante escucharlos y dejar que ellos expresen lo que han entendido”, explica la experta.

Dice que es importante cómo los adultos viven el duelo, y cómo lo manejan, ya que de ellos dependerá el proceso que viva el niño, quien puede cohibirse de expresar su duelo porque podría pensar que si lo exterioriza, el adulto se sentirá triste”.

Recomienda al que sobrevive, ya sea papá o mamá, que si la pena lo abruma y siente que no podrá solo enfrentar el proceso del duelo, buscar apoyo psicológico para poder así ayudar a sus hijos.

Dice que es contraproducente decirles a los niños cosas como: “tú tienes que ser fuerte, eres el mayor” o, “a partir de ahora eres el hombre de la casa”, pues hay que dejarles vivir su proceso. “En consulta hemos visto como muchos adultos congelaron su proceso de duelo, porque no se les permitió de niños expresar sus sentimientos de profunda tristeza o de ira, sensación de desvalimiento, de abandono… todo ese sentimiento debe procesarse. Muchas veces esa conducta violenta, airada, o depresiones profundas que vemos en algunos adultos pueden ser derivadas de duelos no bien manejados en la niñez”, sostiene la psicóloga.

A su entender, los duelos ya no se viven por etapas, sino por fases o tareas. Los niños deben ser conscientes de que ha habido una pérdida. Si es un abuelito que se enferma, o hermano o compañero de colegio, el niño debe tener la oportunidad de despedirse de ese ser querido.

Si se trata de un amiguito puede despedirse llevándole dibujos, o bien incluyendo al niño en los rituales propios como el memorial, funeral o misas, siempre y cuando esté acompañado de un adulto que se mantenga tranquilo y que le pueda explicar lo que va a pasar allí.

La edad influye

“Menores de ocho años no entienden el concepto de la irreversibilidad de la muerte, por eso no es importante explicárselo, lo que no quita que se integre a lo que esté sucediendo. Otra tarea importante es permitir que el niño exprese su pena, su tristeza. En ese momento, el niño experimenta una sensación de que su vida ya no será igual porque extraña a ese ser querido que se fue.

Otro aspecto que destaca la psicóloga es el hecho de permitirle hacer una despedida, una conmemoración de ese ser amado que ya no va a estar. Si se precisa, puede darse a través de un proceso de apoyo psicológico”.

Recomienda ayudar al niño a que entienda que la vida sigue. También es importante que el infante entienda que la vida tiene que continuar, que tenemos que desarrollar la capacidad de ser resilientes, de que la vida tiene esos momentos, y que la persona no murió por un castigo o porque él sea malo, o porque Dios lo necesitaba arriba. “Debemos ser realistas con los niños para evitar adultos complicados en su proceso emocional futuro”, cometa la experta.

Síntomas que ellos experimentan

Los adultos a menudo tratamos de proteger al niño contra el dolor diciéndoles poco o nada sobre lo sucedido, pero por sí mismos, muchos niños no son capaces de entender la realidad de la muerte y los sentimientos que tienen ante una pérdida. Pueden sentirse confusos, rechazados o abandonados en un momento en que más necesitan consuelo, comprensión y seguridad.

Los adultos, que luchan para hacer frente a sus propias reacciones ante la muerte, pueden sentirse totalmente impotentes para hacer frente a los sentimientos de un niño afligido.

Físicamente los pequeños sienten dolor de cabeza y de estómago, problemas de la piel, trastornos gastrointestinales. Además, se muestran temerosos, distraídos e inquietos, lloran mucho y muestran una mirada perdida.

“Vuelven a orinarse en la cama, pierden el apetito, tienden a idealizar a la persona que ya no está, padecen sueños perturbadores. Todo estos son síntomas normales dentro de un proceso de duelo. Muchos de esos síntomas se pueden agudizar y durar más, en la medida que el impacto de la pérdida sea mayor. Le recomiendo a los padres que lo más importante es esperar y aplicar las medidas iniciales: que el niño esté integrado, informado, que se le permita expresar sus sentimientos, lo mismo que la familia adulta”.

Solo si el descontrol conlleva al niño a una irritabilidad o violencia extrema, o una fuerte depresión, se requerirá entonces la intervención inmediata de un psicólogo, siempre que los padres no se sienten capaces de hacerlo. De la reacción de los padres dependerá la reacción de los niños”.

Si los padres están capacitados para calmarlos, no tienen que buscar psicólogos, el apoyo de los padres es fundamental.

Algo importante, en el caso de los niños de 11 años hacia abajo es evaluar cómo su entorno está procesando el duelo (padres, familiares y amigos), y ver si ha sido un duelo traumático o no. Aunque no le gusta hablar de tiempo ni de plazos, la psicóloga enfatiza que el impacto y asimilación inicial de la pérdida, con buen acompañamiento, puede durar entre dos a tres meses.

Recomienda ir integrando a los pequeños al proceso, lo que puede tomarse más o menos tiempo, lo que no significa que el niño tenga duelo patológico. “Hay que tomar en cuenta la personalidad del niño “concluye Brea Franco.

Rosa Mariana Brea Franco, experta en manejo del duelo.

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