Creo en el político que en su niñez o juventud haya participado en grupos de apoyo a la comunidad, clubes deportivos, voluntariados, espacios culturales o de formación académica. El político que llega a un cargo público sin esa base reprueba el examen y lo sufrirá el pueblo.

Nadie aprende a servirle al otro de la noche a la mañana y tampoco esa materia se estudia o se compra en cualquier esquina. “Servirle al prójimo” es un estilo de vida que nace y se desarrolla temprano en nuestras conciencias y corazones y debe ser alimentado con frecuencia para que no se debilite o incluso desaparezca. Tener esa tarea como norte es la meta del correcto servidor público.

Pero “servirle al prójimo” no es un compromiso exclusivo de aquellos que gobiernan desde cualquier ámbito, aunque en ellos la responsabilidad es mayor. No y no. “Servirle al prójimo” es competencia de todos, en especial de los que más pueden aportar. De acuerdo a nuestras posibilidades, tenemos el deber de colocar uno, cinco o mil ladrillos en la construcción de una patria mejor, así de simple.

El siempre recordado padre Ramón Dubert nos expresaba que todo profesional tenía una deuda con la sociedad, pues en términos generales era privilegiado. Abogaba por lo que denominó “banco de horas”, donde cada graduado entregara parte de su tiempo a favor de una obra que beneficiara al Bien Común. “Es un egoísmo inaceptable quedarse a un lado del camino, viendo indiferente tantas injusticias y penurias, cuando con un poco de esfuerzo podemos ayudar mucho a la gente”, nos decía ese gran sacerdote.

Recuerdo que en las reuniones de jóvenes nos pedía que participáramos en instituciones a las que pudiéramos aportar, tal vez inspirado en aquella frase de José Martí de que nuestro verdadero deber es estar allí donde somos útiles. “No vivir para ser servidos, sino para servir”, pregonaba Dubert, con su voz de trueno y su inquieto caminar. Esa ha sido una de mis mayores enseñanzas. La he tratado de cumplir, con mis altas y bajas.

En estos días estoy motivando a mis amigos y relacionados para que formen su propio “banco de horas”, donde cada uno será el único propietario y trabajador de la empresa y sabrá disponer de sus recursos y horario de la manera que más le convenga, siempre guiado a entregarse a los demás.

¡Animémonos! Que lo que para nosotros puede ser algo pequeño para alguien es una inmensidad. Y, créanlo, aunque debemos “servir al prójimo” sin esperar nada a cambio, la vida nos lo paga con dos palabras que representan la real riqueza: paz y felicidad.

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