Durante la tiranía de Duvalier, se tuvo una vez el testimonio de un hombre que aseguró haber presenciado en Haití cómo a un compañero de prisión se le introdujeron en los genitales dos alfileres oxidados. Los órganos se les cayeron en pedazos por la gangrena al cabo de varios días de dolor y gritos que sacudían las mugrientas paredes de la estrecha celda.

Amnistía ha denunciado, de acuerdo con versiones recogidas en muchas partes, un método de tortura bastante generalizado consistente en mantener en completa oscuridad a un prisionero por largo tiempo, al cabo del cual se saca repentinamente a plena luz del día o se le proyecta una potente luz de reflector sobre los ojos. Los soviéticos no sólo aplicaban drogas mortíferas con el propósito de doblegar la voluntad más que con la idea de causar dolor físico, aunque este modelo tan inhumano es muy doloroso, sino que solían envolver a los disidentes en lonas mojadas que al secarse encogían y producían un suplicio intenso.

Aún en ciertas democracias occidentales se ha ejercido con periodicidad el castigo corporal contra determinados prisioneros. Esta práctica ha sido denunciada incluso en nuestro país por organizaciones e incluso gobiernos extranjeros. Su aplicación es una regla en gobiernos dictatoriales, tanto de izquierda como de derecha. En África y el Oriente se han conocido modalidades mucho más exóticas y terribles de maltrato físico, muchas de las cuales parecen inconcebibles a la mentalidad occidental. En nuestro país se usaron métodos todavía más crueles. Bajo el régimen de Trujillo se aplicaban electrodos a los ojos, el pecho y los genitales de los prisioneros políticos para administrarles pequeñas y repetidas dosis de electricidad. Decenas de prisioneros murieron bajo esos efectos. Los regímenes que se valen de la tortura para doblegar a sus contrarios se olvidan que ello fomenta la rebelión y las ideas que a fuerza de brutalidad pretenden sepultar.

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