El hábito quizás no hace al monje, pero en algunos casos hace o deshace a la monja, por lo menos en lo que respecta a Doña Catalina de Erauso, la llamada monja Alférez, una de las más célebres y terribles travestis de la historia.

A Doña Catalina, entre otras cosas y muchos hechos de sangre, se le atribuye una autobiografía que los interesados pueden leer en :http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/historia-de-la-monja-alferez/html/ff38d5be-82b1-11df-acc7-002185ce6064_10.html.

A ella, o a él, estará dedicada esta página que, en la presente y las próximas dos entregas, dejo en manos de Patricia Cabral (Conde), una traductora y especialista en la enseñanza de español y francés que ha impartido docencia en THE BIRCH WATHEN LENOX SCHOOL, New York City, así como en Reading Learning Department, CUNY Graduate Center, New York City CATHEDRAL HIGH SCHOOL, New York City y otras prestigiosas instituciones.

Sus principales estudios y títulos de grado y posgrado incluyen: Rosary College, River Forest, Illinois.

Doble Licenciatura en Francés e Historia del Arte (Summa Cum Laude); New York University, Maestría en Lengua y Civilización Francesa; New York University, Certificado de Avalúo de Bellas Artes y Artes Decorativas; Cooper-Hewitt, National Design Museum, Smithsonian Institution; and Parsons The New School for Design, Maestría de Historia de las Artes Decorativas y Diseño; Voluntariado en el Musée des Arts décoratifs en Paris, y en la Hispanic Society of America.

De su amplia formación en historia de la cultura y del arte deriva su peculiar visión del mundo de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, y la puntual información sobre la opresión y violencia que la moda femenina ejercía y representaba en esa época. (PCS)
Vestir para existir y actuar de otro modo: la cuestión de travestismo en “La historia de la Monja Alférez Doña Catalina”, escrita por ella misma.

Patricia Cabral

A lo largo de la historia, el travestismo resquebrajó los cimientos del patriarcado infringiendo las normas del binarismo de género referentes a la apariencia personal. En el caso de las mujeres que se enfundaban ropa de hombre, el llevar indumentaria masculina aumentaba y amplificaba la agencia de las mismas, amortiguando vulnerabilidades reales o construidas.

De fines del medioevo hasta los años veinte del siglo XX, las modas femeninas, sobre todo aquellas prendas llevadas por integrantes de las clases altas, resultaban físicamente constrictivas. Prisioneras tanto de la ropa exterior, como de la interior, las mujeres estaban sujetas a una movilidad limitada. Las actividades y empresas como la caza, el combate, los torneos, el acarreo y pastoreo de ganado, las expediciones, las exploraciones, etc., caían dentro del ámbito de una corporeidad y corporalidad masculina que se manifestaba agresiva, dominadora e intensa. El caso de travestismo de Catalina de Erauso, conocida como la Monja Alférez, presenta especial interés ya que se trata de un personaje español, específicamente vasco o vizcaíno, que viajó y vivió en la América colonial del siglo XVII.

Existen cuatro versiones de la vida y aventuras de la Monja Alférez, así como volantes publicados en Nueva España en 1625 y 1653 destacando las proezas de esta notoria figura (1). Este trabajo se apoyará mayormente en la autobiografía titulada Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma.

El primer paso tomado por Catalina de Erauso para escapar a su reclusión dentro de un convento, y pasar a una vida de mayor libertad llena de aventuras y combates, fue el cambiar su apariencia física y su forma de vestir:

“Tiré no sé por dónde, y fui a dar en un castañar que está fuera, y cerca a las espaldas del convento, y acogíme allí; y estuve tres días trazando y acomodándome y cortando de vestir. Corté e híceme de una basquiña de paño azul con que me hallaba, unos calzones; de un faldellín verde de perpetuán que traía debajo, una ropilla y polainas; el hábito me lo dejé por allí, por no ver que hacer de él. Cortéme el cabello y echélo por ahí, y partí la tercera noche y eché no sé por dónde, y fui calando camino y pasando lugares por me alejar, …” (2).

El violento leitmotiv de cortar y penetrar se inició con la utlización de aguja y tijeras para hacer calzones de una basquiña (tipo de falda o saya), y una ropilla (prenda corta masculina de busto con mangas largas) y polainas (media calza que llegaba hasta la rodilla hecha de paño o cuero) de un faldellín (falda interior que usaban las mujeres debajo de la saya o basquiña) (3). Se deconstruye la identidad pasiva de mujer y de monja para crear la activa y luchadora de hombre. A diferencia de los actos de violencia que seguirían este proceso inicial de travestismo, este primer paso se limita a la “muerte” de identidad que libera en lugar de victimar. Su realización resultó crucial para lograr un cambio de vida radical. En el siglo XVII, llevar un hábito de monja significaba la clausura conventual; en contrapartida, llevar ropa femenina dentro del contexto de la vida secular, constreñía la motricidad cotidiana. Tanto la ropa interior como la exterior moldeaban, contenían, e inclusive castigaban el cuerpo femenino. Durante esta época, la silueta femenina ideal de las mujeres de la nobleza (alta, media o pequeña), y la pujante burguesía con aspiraciones sociales, se alcanzaba por medio de rígidos artilugios colocados debajo de la ropa exterior que podía ser un traje entero que consistía en una saya cortesana o entera, o un traje de dos piezas compuesto por un jubón (prenda rígida que cubría lo hombros hasta la cintura) y una basquiña (falda); luego de cubrirlo con una camisa, el torso se contenía en un cartón de pecho (prenda de forma trapezoidal, construida o forrada de cuero, y reforzada con cartones o tablillas de madera); sobre la falda interior o enagua(s) se acomodaba un verdugado (estructura acampanada de aros de mimbre, metal o madera forrados de tela) que luego pasaría a ser guardainfantes (armazón redondo y hueco de aros flexibles de metal o mimbre unidos por cintas que se ataba a la cintura, exagerando el ancho de las caderas, y permitiendo disimular embarazos), cubierto por otra falda interior o pollera. A las múltiples capas y aparatos tiesos, se agregaban los adornos exteriores: la valona (cuello circular o cuadrado de tela almidonada, a veces levantado por medio de una armadura de alambre), mangas abultadas amarradas a los codos o muñecas por medio de lazos y con puños de encaje, abalorios y joyas diversas, etc.

Las mujeres calzaban zapatillas de cordobán (piel curtida de ternero o becerro decorada con relieves, dibujos pintados o dorados), las cuales podían ser insertadas en un segundo calzado, los chapines (carentes de punta y talón, con una gruesa suela de corcho cubierta de tela que aumentaba la estatura de quien los llevaba puestos). Aunque existían atuendos informales más cómodos y holgados, éstos se llevaban exclusivamente en espacios interiores. En conclusión, al usar estas modas, las mujeres restringían su expresión corporal con la finalidad de parecer solemnes y elegantes (4).Aún en su versión simplificada y menos onerosa, correspondiente al nivel social de la protagonista, este tipo de indumentaria hubiese impedido las acciones y los gestos feroces y vehementes realizados por Catalina de Erauso durante sus andanzas.

Notas:

1. Mary Elizabeth Perry, “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in the New World of Imperial Spain,” Queer Iberia. Sexualities, Cultures, and Crossing from the Middle Ages to the Renaissance, eds. Josiah Blackmore and Gregory A. Hutcheson (Durham: Duke University Press, 1999), 396.

Kathleen Ann Myers, Neither Saints Nor Sinners. Writing the Lives of Women in Spanish America (Oxford: Oxford University Press, 2003), 146.

2. Catalina Erauso, Historia de la Monja Alférez Catalina de Erauso, escrita por ella misma (Madrid: Cátedra, 2002) 95.

3. Francisco de Sousa Congosto, Introducción a la historia de la indumentaria en España, 462, 468.

4. Ibid, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 445, 446, 451, 459, 460, 461, 462, 468, 469, 472, 473.

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