Cuando me preguntan por mi pasatiempo preferido respondo que es “hacer el bien”. Nada me entretiene más, lo disfruto y mi gozo se multiplica por mil cuando noto los resultados. Por ello estimo que “hacer el bien” tiene una apreciable dosis de “sano egoísmo” pues nos sentimos más satisfechos que la persona beneficiada por nuestra acción, resaltando que el bien debe hacerse en silencio.

Es penoso no ser recordados por nuestras obras, sea nuestra cotidianidad sencilla o deslumbrante; el bien no tiene tamaño, su valor se relaciona con lo que podemos y debemos hacer. Y para “hacer el bien” debemos entrar en el juego y no observarlo desde las gradas.

“Hacer el bien” significa mantenernos activos, en movimiento, procurando determinar lo correcto, aunque nos equivoquemos, que los humanos no tenemos vocación de estatuas, de fósiles. En el béisbol el buen campocorto no es el que se mantiene quieto para no cometer errores, sino el que cubre mucho espacio y se arriesga para atrapar la pelota. Así las cosas, en ocasiones debemos arriesgarnos para “hacer el bien” o al menos intentarlo con decisión y esperanza.

Hace días el papa Francisco, antes del rezo del Ángelus dominical en la Plaza de San Pedro, con la presencia de 90,000 fieles, exhortó a la juventud a ser protagonistas del bien y a decir “no” a la cultura de la muerte, representada en “la mentira, la estafa, la injusticia y el desprecio a los demás”. Su Santidad parafraseó al jesuita chileno San Alberto Hurtado: “Es bueno no hacer el mal, pero es malo no hacer el bien”, una frase que hizo repetir a todos los que le escuchaban.

Allí motivó a todos a sumarse al bien. “Muchas veces, se escucha a alguien que dice ‘Yo no hago el mal a nadie’. Y se cree que es un santo. De acuerdo, ¿pero el bien lo haces? Cuántas personas no hacen el mal, y tampoco el bien, y su vida transcurre en la indiferencia y la apatía”.

Luego exhortó a “ser protagonistas del bien” porque “no hacer el mal no basta”. “Cada uno es culpable del bien que podía haber hecho y no hizo. No basta no odiar, hay que perdonar. No basta con no tener rencor, hay que rezar por los enemigos. No basta no dividir, sino que hay que hacer la paz donde no existe. No basta con no criticar, sino hay que interrumpir cuando escuchamos a alguien hablar mal”, reflexionó.

Motivémonos a “hacer el bien”, que esa actividad alimenta nuestra conciencia y nos hace sentir útiles al prójimo y a la sociedad. Por todos los lados se gana al “hacer el bien”.

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