Es fundadora del Centro de Educación Especial Célida Pérez de Crespo, donde además fue maestra por 35 años

Cuando apenas tenía un año de edad, Carmen Montero sufrió una poliomielitis. Un episodio que marcó su vida para siempre, por las secuelas con las que quedó. Sin embargo, sus ganas de salir adelante, junto con el apoyo de sus padres, la motivaron a esforzarse por cumplir cada una de sus metas.

Desde que comenzó la escuela, los maestros también se aliaron para destacar lo mejor de ella, logrando así que fuera una de las más sobresalientes, tanto en el nivel básico como en el bachillerato, el cual terminó a los 16 años, un año después de la muerte de su madre.

Aunque nunca sufrió acoso, en su adolescencia fue comprendiendo los desafíos que enfrentan las personas con discapacidad, especialmente a nivel educativo y laboral, así que comenzó a luchar por esos derechos. “Cuando terminé el bachillerato pensé inscribirme en la universidad de una vez. Al principio quería estudiar farmacéutica en la UASD, tenía muchas ganas de revolucionar todo y aportar de alguna forma a la mejoría de los niños que tenían condiciones como la mía”, cuenta Montero, quien vive en Azua, donde hay más de 21 mil personas con discapacidad, según una encuesta.

Inició la universidad en el año 1979 y terminó en el 1983, en la carrera de Educación Especial. Un año antes de graduarse, se habían estado haciendo planes en su provincia para constituir un espacio que ofreciera atención a niños con condiciones especiales. El comité que planeaba eso estuvo encabezado por la señora Célida Pérez de Crespo, quien tenía el objetivo de brindarles a “aquellos niños que eran marginados por la sociedad, una nueva oportunidad”.

“Me entré en ese grupo, porque nunca he sentido ni en mi mente ni en mi cuerpo lo que es una discapacidad. Por eso siempre digo que tu poder está en lo que piensas, que es lo que también te puedes limitar. La idea básica era construir una escuela para educar a los niños, pero también a los padres, porque muchas veces estos no saben cómo criar a pequeños con ciertas condiciones”, comentó Montero, quien para la época se capacitaba en la Escuela Nacional de Ciegos, actualmente Centro Nacional de Recursos Educativos para la Discapacidad Visual “Olga Estrella”.

En el 1986 la señora Célida muere, así que Montero, por su capacidad se encargó de los pequeños, que hasta esa fecha estaban recibiendo atención en una pequeña casa de madera.
“Esa situación precaria en la que nos encontrábamos comenzó a mejorar poco a poco, pero más en el 1999, cuando nos motivamos a participar en los Juegos Mundiales de Olimpíadas Especiales, de donde regresamos con varias medallas de oro y otros reconocimientos”.

“En los Juegos representamos a nuestro país en Carolina del Norte. Llevamos atletas especiales que practicaban atletismo y baloncesto. Luego, varios funcionarios, como el expresidente Hipólito Mejía, el ex vicepresidente Jaime David Fernández, se condolieron de nuestra situación y fueron aportando para que construyéramos la escuela, el Centro de Educación Especial Licenciada Célida Luisa Pérez de Crespo, que gracias a todo el apoyo ha beneficiado a más de 3,500 niños con capacidades distintas”, aseguró Montero, quien se formó en Gestión y Administración de Centro en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (Intec), “una etapa de muchos sacrificios, pero que me permitió graduarme con honores a pesar de todo”, cuenta.

Aunque desde finales de los 90 comenzó a recibir apoyo para mejorar la condición de la escuela, la mayor colaboración le llegó cuando presentó ante Plan Internacional el proyecto, y quienes dirigían la entidad se sintieron identificados, así que se comprometieron con la causa otorgándole 10 millones de pesos a Montero, con los que se habilitó completamente el plantel, “lo único que quería era brindarle a todos esos niños y jóvenes discapacitados todo lo que yo no tuve cuando era pequeña”.

Este emprendimiento de desarrollo humano integral, que acoge anualmente a aproximadamente 200 niños con sordera asociada, síndrome de down y otras condiciones, cuenta con una sala de informática especial donada por el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (Indotel), camas, materiales educativos especiales, un personal docente de 31 personas, psicólogos, orientadores, así como aulas con capacidad para 7 niños, debido a la atención que merecen individualmente.

Montero trabajó en el centro hasta el 2017, ya que fue jubilada por el Ministerio de Educación, cuyo titular, Andrés Navarro, y el presidente de la República, Danilo Medina, le otorgaron en ese mismo año la Medalla Presidencial a la Excelencia Magisterial Ercilia Pepín, en reconocimiento a su consagrada y fructífera labor de 35 años en las aulas formando varias generaciones de dominicanos, contribuyendo así al desarrollo de la educación y la sociedad en su conjunto.

Por su labor, además, Montero fue reconocida como una de las finalistas en la cuarta edición del premio Mujeres que Cambian el Mundo, realizado por el Banco BHD León.

Papel de los padres con niños especiales

Carmen Montero expresa que aunque el Estado la ha apoyado desde diferentes frentes, “es necesario que las leyes que buscan el bienestar a través del reconocimiento de los derechos de las personas con condiciones diversas sean aplicadas a toda cabalidad”. Esta maestra considera que las leyes que permiten que a las personas con discapacidades se les brinden las oportunidades necesarias para vivir una vida normal, son escasamente ejecutadas. “Puedo decir que he sido tomada en cuenta por la sociedad, pero hay muchos que no son tomados en cuenta ni por sus propios padres, compañeros de escuela, o sociedad. Las diferencias ya no nos pueden separar, y en esa dirección es que hago mis esfuerzos. Yo pude con la ayuda de mis padres, lo menciono porque la felicidad o no de un niño especial recae sobre los hombros de sus progenitores. Ellos juegan el papel más importante en sus vidas”, detalla.

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