Seguimos ofreciendo íntegro, capítulo por capítulo, mi libro “VIDA Y ABORTO”

CAPÍTULO X

El aborto en acción
No pretendo ahora dar principios éticos en defensa de la vida a partir del momento mismo de su concepción ni tampoco hacer una reflexión de corte jurídico.

Sólo quiero traer unos datos conocidos y vividos de cerca en mi ministerio sacerdotal.

1. Pudieron no haber nacido. Siendo estudiante en París, joven sacerdote, me quedé a cargo de la parroquia donde residía, durante todo el mes de julio de 1967, mientras los sacerdotes compañeros tomaban vacaciones. Tomaría las mías el mes de agosto.

Al paso de las semanas, fui notando que prácticamente cada día tenía al menos un entierro de una persona mayor. Cuando regresó el párroco, le conté la experiencia vivida, cómo me había impresionado el hecho y me preguntaba sobre las causas. “Tal vez, se deba al intenso calor de julio”, le dije.

Él me respondió con frases que recuerdo aún, casi textualmente: “No, Ramón, no se debe al calor. Se debe a la soledad. Mueren de pena y falta de amor. Se quedan solos, porque sus hijos se van de vacaciones tranquilamente. Y lo más dramático del caso es que ellos mismos, los ancianos, han sido, en parte, responsables de su situación.

Sus propios hijos afirman que, como hijos, no están seguros si vinieron al mundo por amor.

Dicen que de la misma manera que en la casa sus padres querían muebles, artefactos eléctricos o una mascota, así habían decidido tener una pareja de hijos, varón y hembra, y no más, como otros adornos de la casa; que, por lo tanto, pudieron no haber nacido, pudieron haber sido abortados o controlados por otros medios.

Además, cuando sus padres se iban de vacaciones los dejaban muchas veces con otras personas.

Las jóvenes parejas de hoy no se sienten atadas afectivamente a sus padres y repiten en sus vacaciones la misma conducta de su progenitores”.

La respuesta, por supuesto, me impactó. Al oírla, recordé las de mi profesor de sociología, recibida ese mismo año de 1967. Nos decía que Francia, a principios del siglo XX, como otros países europeos, había decidido limitar la población a una parejita por familia para aumentar el poder adquisitivo de los padres y para mejorar el standard de vida en la vejez.

Nos decía también que el futuro de Francia, y de Europa occidental, era el de un país de envejecientes; que llegaría el día en que no habría mano joven francesa suficiente para sostener los ancianos retirados y se sentiría la obligación de buscar mano extranjera para mover la economía.

2. Los traumas post-aborto. Mi experiencia me ha enseñado que las madres que han abortado, con plena conciencia, siempre tenían razones, consideradas buenas y válidas, para tomar tal decisión. De alguna manera la legalizaban internamente. Luego, al recapacitar, se cuestionaban ellas mismas y sentían un profundo arrepentimiento. Después de un tiempo de lucha interna, muchas venían a verme; las acogía, las escuchaba con atención y mostraba comprensión ante su situación, tratando no de justificar su acción, sino de ayudarlas a comprenderse a sí mismas junto a su realidad. Les decía que Dios las amaba y las perdonaba ciertamente, dado su arrepentimiento.

A mi parecer, se marchaban en paz y reconciliadas con ellas mismas, con su hijo o hija y con Dios.

Pero regresaban luego y me preguntaban: -“¿Usted cree que Dios me ha perdonado?”

En los primeros casos, no entendía el por qué de su duda ante el amor perdonador de Dios y porqué su herida interior seguía viva, hasta que descubrí que el meollo no era el perdón de Dios, sino el perdón de ellas mismas.

Aprendí, a partir de estas experiencias, cuán difícil era para una mujer, ante el aborto, perdonarse a sí misma. Entonces busqué algunas técnicas para que se perdonaran y se sanaran interiormente.

El diálogo con sicólogos o estudios suyos sobre el tema del aborto confirmaban lo que había visto y oído en mi ministerio.

Afirmaban que el hecho de abortar deja efectos sicológicos tan fuertes en la mujer que esos traumas eran muy difíciles de curar; que la terapia post-aborto era muy dolorosa.

Debo atestiguar que hay personas que se sienten perdonadas por Dios, pero no se perdonan a ellas mismas, por diferentes razones.

Pero de entre todas estas a las que más cuesta perdonarse, según mi experiencia, es a las madres que decidieron practicarse un aborto.

3. Mi hija me rechaza. Hará unos treinta años del día en que una madre se me acercó buscando orientación.

Me dijo: – “Mi hija me rechaza, a pesar de que yo le doy muchas muestras de amor. Además, se le nota triste, como arrinconada siempre”.

Analizamos varias causas posibles. Finalmente le pregunté: -“¿Cómo fue tu relación con ella durante el embarazo?”

Enseguida me respondió: – “La verdad, padre, es que desde que salí embarazada yo no quería esa criatura, la rechazaba y busqué todos los medios para no tenerla. Finalmente, como crecía, ya no me atreví a abortar y no tuve más remedio que parirla”.

Mi respuesta fue rápida también: -“Ella te rechaza, porque tú la rechazaste primero. Desde el momento mismo de la concepción es vida y esa criaturita queda ya marcada por lo que se siente y piensa de ella.

Pero es curable. Puedes dejarte ayudar de un sicólogo como también de la oración de sanación interior. Empieza aceptando a esa pequeña y dándole gracias a Dios por ella”.

Tiempo después vino, gozosa, a comunicarme que pudo acudir al sicólogo para terapias, pero que no lo hizo; que se informó más, sin embargo, acerca de los efectos sicológicos negativos posibles, sufridos por su hija durante el embarazo; que con esos datos prefirió poner el acento en la oración de sanación interior; que todos los días se colocaba junto a la cama de su hija, cuando estaba dormida, para orar por ella, acariciarla y agradecer su existencia; y que ahora su hija ha cambiado, que ya no la rechaza, que sonríe y no se siente arrinconada.

Tan impactada quedó esta madre por su experiencia que decidió ayudar a otras mujeres.

Hoy ejerce un beneficioso ministerio a favor de hijos o hijas que pudieron ser abortados y no lo fueron, como también por las madres que los rechazaron.

4. Médicos abortistas. En los pueblos son conocidos cuáles médicos ejercen la práctica del aborto y cuáles no. Sin embargo, no siempre se sabe qué puede acontecer a la hora de la muerte de un médico abortista.

Me ha tocado vivir dos casos, que golpean fuertemente la mente y el corazón de cualquiera.

Narro uno de ellos. Fui llamado por su familia para ver cómo podía ayudarlo a bien morir en paz.

Me contaron que en algunos momentos, muy inquieto y agitado, él decía: – “¿No ven a todos esos niños que están a mi alrededor? ¡Quítenlos, que me molestan y me halan!” Y extendía sus manos como para alejarlos. Otras veces se expresaba así –“¿Y tú que haces aquí? Yo te aborté. Vete, vete que no te quiero ver”.

Por otra parte, en su vida corriente había lucido como un hombre tranquilo, buen profesional y cariñoso con sus propios hijos.

Acudí a la casa y fui testigo de una escena parecida a la contada más arriba.

Poca cosa pude hacer. Era muy tarde. Ya no recuperó la conciencia. Éste y el siguiente han sido los únicos casos en los que fui impotente para ayudar a morir en paz.

Algo similar había vivido años atrás junto a un anciano, del que todos sabían que había participado activamente en la matanza de haitianos, ordenada por Trujillo hacia el año 1938.

Contemplé con dolor la escena de aquel hombre mayor que se movía agitado en su cama y repetía: “-¿Qué hacen ustedes ahí? Ya yo los maté a todos. Déjenme tranquilo. No me molesten. Y tú, ¿qué quieres? Ya yo te ahorqué. No me toques”.

Tampoco esta vez pude hacer nada por él. Quizás si me hubieran convocado antes lo hubiera podido ayudar de alguna manera.

He sido testigo ocular de estas escenas, pero debo reconocer que no sé cuál o cuáles son las causas que las producen. ¿Un delirio? ¿La imaginación desbordada a última hora? ¿Remordimientos de conciencia? ¿O realmente estaban allí presentes las almas de los niños abortados y de los haitianos asesinados?

Digo esto último, porque en nuestra práctica pastoral junto a un moribundo, en la oración llamada “Recomendación del alma”, se pide a los ángeles y a los santos del cielo (entre los que hay muchos de los familiares y amigos del moribundo) que salgan a recibirlo, para que, en el tránsito de este mundo al otro, empiece a ser acogido.

Por otra parte, casos reportados, en libros o artículos sobre personas declaradas médicamente muertas y que después revivieron, narran, como parte de su experiencia, que vieron a seres queridos que los acogían.

Yo mismo, en mi ejercicio ministerial he encontrado muchos casos de moribundos que, al volver de un estado de inconciencia, me decían: -“He estado caminando por un largo camino de luz y me siento muy cansado, pero muy contento y en paz, porque he visto a mis seres queridos (padres, esposo o esposa, hermanos, amigos), que salieron a recibirme. Se les veía muy felices. ¿Qué significa esto?” Les explicaba, entonces, la doctrina de la Iglesia, según la cual los bienaventurados salen al encuentro de sus seres queridos en el momento en que están muriendo.

CERTIFICO que cuanto he dicho sobre el “El aborto en acción” lo he visto y he oído.

Posted in Certifico y Doy Fe

Más de cultura

Más leídas de cultura

Las Más leídas