Me doy a ti por lo que siempre has sido: acopio de mi paz, propiciadora de mis sueños, ámbito de mi ternura niña, mi brisa y mi frescura. Me meces al ritmo del cansancio, sin reclamarme más que la impaciencia. Me balanceas en un cosmos a la medida del espacio que ocupo en tu existencia. Eres mi refugio, mi escape, mi entrega al silencio y mi alegría. Tu balance perfecto y tu ritmo me hacen sentir que soy el hijo del misterio telúrico del viento. Eres lo que siempre busco: el tránsito mágico hacia el reposo perfecto. Por todo eso, amada mecedora mía, te dedico esta oda, mi te quiero más tierno.

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