La angustiante situación de Venezuela expulsa cada día a miles de personas al exilio económico. Se han refugiado en los países vecinos y algunos han llegado hasta aquí. Naciones Unidas ha estimado que más de 2.3 millones han emigrado desde el 2014, a causa del hambre, de las estreches económicas. La rica Venezuela, que acogió a tantos inmigrantes, incluidos dominicanos desde la década del 70 del siglo pasado, hoy vive esa calamitosa realidad.

Después que se agotó el cuerno de la abundancia que desgranó el fallecido presidente Hugo Chávez, el deterioro de todos los servicios y la escasez generalizada caracteriza la situación. Con su muerte devino la inestabilidad. Con la presidencia de Nicolás Maduro el estado es crítico. Si bien retiene algún apoyo, su permanencia se afirma en el estamento militar. El liderazgo opositor se ha atomizado y ha sido imposible construir una alternativa que permita iniciar un proceso de normalización.

Como van las cosas, los gobernantes de Venezuela permanecerán en el poder hasta que Dios quiera, o hasta cuando el proceso resulte radicalmente inviable. Pero para bien o para mal, concierne a los propios venezolanos decidir su suerte.

Viene todo esto a cuento porque se persiste en pretender solucionar la grave crisis desde el exterior. El año pasado, ante todos los intentos fallidos por estructurar una alternativa diferente, el presidente de Estados Unidos Donald Trump llegó a consultar a sus funcionarios y a gobernantes de la región sobre una intervención para derrocar a Maduro.

El pasado 8 de este mes The New York Times reveló que funcionarios estadounidenses se reunieron con militares venezolanos para discutir el derrocamiento del presidente Nicolás Maduro, pero al final decidieron no actuar. Ahora, el secretario de la OEA, Luis Almagro, dijo en la frontera con Colombia que no era descartable una intervención militar.

Una intervención militar en Venezuela sería un desastre mayor. Sólo pensar cómo se proyectaría en toda la región da miedo. Una verdadera locura, una cura peor que la enfermedad.

Nadie como los venezolanos pueden hablar mejor de su drama, y sólo ellos tienen en sus manos decidir su destino. De alguna manera tendrán que encontrar un mejor camino. Esperemos que la Providencia los ilumine.

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