El ejercicio de la política tiene sus misterios, a veces inescrutables, y pocos suelen ver lo que se perfila en el porvenir. Se complica más cuando los más llamados a entenderlo, se ciegan o ensordecen ante el ruido incesante de voces, generalmente estimuladas por los intereses y las apetencias.

Se complica más cuando se está en el poder. Por más que transiten por calles y caminos, miren a la gente, incluso la saluden, las distancias que levanta el manejo del aparato gubernamental genera una coraza que igual bloquea las corrientes más patentes del curso de los acontecimientos y sus significantes.

Las actuaciones se sustentan en una concepción subjetiva, según la cual, todo lo que gira a su alrededor es correcto, y los críticos no pueden ver esa realidad. Se convencen de que el favor colectivo que los catapultó es eterno e inamovible.

Pero los procesos se fundamentan en el cambio, en el cambio permanente, y ese cambio puede girar en cualquier dirección. Puede ser incluso para retroceder, porque las frustraciones sociales generan todo tipo de sentimientos, y los pueblos, cansados de las traiciones e iniquidades, pueden concluir en que el pasado fue mejor, por terrible que haya sido.

No resulta extraño que pueblos sometidos a la opresión más humillante por gobiernos de fuerza, y al mismo tiempo victimizados por nuevas formas de gobernar que no llenan sus expectativas, reclamen un nuevo orden de cosas, aunque fuese a cambio de la pérdida de la libertad.

Las votaciones que obtuvo Jair Messias Bolsonaro en Brasil, en base a un discurso retrógrado, en favor de la reinstalación de la dictadura y de los mecanismos de control social más aberrante, indican que todo puede suceder en cualquier país, como sería en República Dominicana la aparición de un Trujillo. En determinadas circunstancias, el pueblo lo aplaudiría.

Resulta peligroso pensar y proceder bajo el convencimiento de que se tiene un dominio de las mayorías como si fuese por voluntad divina, sin considerar que el respaldo de la ciudadanía está sujeto a cumplimiento.

Los hechos demuestran que las mayorías se construyen y se diluyen según el desempeño de sus líderes.

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