Fue siempre merecedor de respeto, porque nunca hizo daño, ni con la palabra ni con sus hechos. Fue un hombre honrado, pues nunca robó nada ajeno. Fue un funcionario eficiente y abierto. Fue un Senador apegado de manera estricta a sus deberes. Fue un ciudadano leal a sus principios, que enarboló esperanzado en la justicia social. Fue un político intransigente con aquellos que se ofrecen al mejor postor en este vulgar mercado. Por todo eso, José Rafael Abinader, con sus humanos errores y aciertos, merece ser recordado por lo que fue: un hombre bueno.

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