La acumulación de información, cualquiera sea su naturaleza —números telefónicos, dietas alimenticias, datos sobre un partido, un político, un producto o una empresa—casi siempre guarda familiaridad con los gustos básicos, hábitos e inclinaciones, etcétera, de las personas. El manejo exacto de esta información por terceros, puede resultar de mucho valor en el diseño y ejecución de una estrategia de mercadeo de los candidatos, de servicios, productos o instituciones.

Philip Lesly, a quien ya he mencionado, dice: “Hay una tendencia en cada individuo a tratar de asegurarse que estas diversas partidas de información almacenada, sean armoniosas entre sí y que estén, en cuanto sea posible, acordes con sus hábitos y actitudes”. Por ejemplo, agrega, algunas experiencias han indicado que los fumadores muy empedernidos son menos propicios que otros a recordar noticias acerca de la relación entre el fumar cigarrillos y el cáncer. Aquellos que tienen un prejuicio contra un cierto grupo de población, tienden a recordar menos hechos favorables y más adversos acerca de este grupo que otros que no tienen aquel prejuicio, y así sucesivamente.

La pericia en el lenguaje y las habilidades persuasivas de un candidato, así como los méritos de una buena campaña, no bastan siempre para modificar los criterios del público o para reforzar las opiniones de los grupos que ya comparten una idea o una propuesta política. Es un error basar una campaña en la creencia de que sólo estos elementos bastan para alcanzar el éxito.

La verdad es que bajo determinadas condiciones, ni el más experimentado de los expertos puede ser capaz de influir sobre el auditorio o alcanzar el éxito deseado a través de una campaña a favor de una candidatura o de un proyecto político. Por eso, es fundamental el conocimiento amplio y pleno de los segmentos de público a los cuales va dirigida la acción.

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