Mao Zedong había pedido ser cremado. No fue complacido. Su cuerpo fue embalsamado y colocado en un ataúd de cristal con asiento en el majestuoso Mausoleo de Mao que se construyó en el centro de la Plaza de Tiananmén. Los restos mortales del líder se exhiben permanentemente al público.

Lamentablemente, Deng Xiaoping, quien también había pedido ser cremado, fue complacido. Pidió que sus órganos fuesen donados para investigación médica y sus cenizas, luego de la cremación de su cuerpo, arrojadas al mar. Desde un avión militar de fabricación rusa, su esposa y tres hijas las esparcieron. Empujadas por las olas, pudieron llegar a Hong Kong y Macao, dos colonias que Deng logró acordar su devolución en 1997 y 1999, respectivamente, a la República Popular China (RPC). O como describió el reporte de la oficial New China News Agency, sus cenizas pudieron llegar “al Océano Pacífico, el Océano Índico o al Océano Atlántico, pues el no solo pertenece a China, sino también al mundo.”

Nunca antes un hombre tan pequeño (Deng apenas medía 5 pies), había llegado a ser tan grande en el proceso de construcción y crecimiento de una nación. Sin llegar a ser nunca el Jefe de Estado, Jefe de Gobierno o Secretario General del Partido Comunista de China (PCCh), China es hoy lo que es, gracias a Deng Xiaoping. En diciembre de 1978, dos años y tres meses después de la muerte de Mao, Deng logró esquivar a Hua Guofeng, para convertirse, en la práctica, en el líder supremo de la RPC.

Lo que heredó de Mao fue una cosecha de escombros y fracasos de la fallida Revolución Cultural. Recibió un país eminentemente rural: 81% de la población residía marginada en la ruralidad. La pobreza afectaba a 750 millones de personas, 78% de la población en 1980. El ingreso per-cápita anual apenas alcanzaba US$309, poco más de 25 dólares al mes. En otras palabras, el ingreso per-cápita promedio de los chinos en 1980 apenas equivalía al 20% del ingreso per-cápita promedio de los dominicanos. El comercio de bienes con Estados Unidos (exportaciones más importaciones), apenas alcanzaba US$2.3 billones, mientras que la participación de China en las exportaciones del mundo ascendía a solo 0.5% del total. En resumen, China era una de las economías en desarrollo más pobres del mundo.

Deng, impregnado de arriba debajo de un fuerte pragmatismo y motivado por Lee Kuan Yew, el hombre fuerte de Singapur, diseña un brebaje de ideología socialista con economía de mercado, que se denominó “socialismo con características chinas”, a ser ejecutado sin hacer concesiones en el ámbito político. En otras palabras, el autoritarismo ejercido por el único partido de China (PCCh), no era carta de negociación.

La reforma y la apertura con las que Deng fomentaría la economía de mercado socialista, prima hermana de la que en nuestra región hemos denominado economía social de mercado, descansaron sobre las llamadas modernizaciones. Estas recayeron en la reforma agraria, específicamente, la extensión de las parcelas privadas y la introducción del sistema de producción familiar responsable. En segundo lugar, en la industria, específicamente, la instauración de un agresivo modelo de promoción de las exportaciones; la adopción de una política exterior de independencia y auto-sostenimiento; el estímulo a la inversión extranjera directa en empresas locales; el establecimiento de las Zonas Económicas Especiales; la privatización miles de empresas estatales; la promulgación de la Ley de Empresas Mixtas; la reforma del mercado laboral para permitir la libre elección de empleo a trabajadores urbanos; la liberalización parcial de precios; el establecimiento de un sistema de retención de divisas y el ajuste de la tasa de cambio. En tercer lugar, el fomento de la incursión de China en el mundo de la ciencia y tecnología, a través de la creación de zonas de desarrollo tecnológico y el financiamiento para que jóvenes chinos pudiesen ir a estudiar las carreras de ciencia y tecnología en el extranjero. A lo anterior y temiendo la insostenibilidad del crecimiento de una población que en 1979 alcanzaba 975 millones de personas, estableció un estricto sistema de control de natalidad, estableciendo la política de hijo único, que redujo la tasa de crecimiento poblacional de 2.0% anual en el período 1949-1979 a 0.9% en 1980-2018.

Resultados. China es actualmente un país mayoritariamente urbano: 59 de cada 100 chinos viven hoy día en ciudades, más de tres veces los 19 que lo hacían cuando Deng agarró el timón. La pobreza, según las estimaciones del Banco Mundial, afecta actualmente (2017) al 3.1% de la población, una caída dramática con relación al 78% de 1980. El ingreso per-cápita este año alcanzará US$9,633, treinta y una veces el heredado por Deng en 1979. El comercio con Estados Unidos, cuando cierre el 2018, alcanzará US$660 billones, 287 veces del nivel de 1979. La participación en las exportaciones mundiales, que apenas llegaba a 0.5% en 1979, el año pasado alcanzó 10.6%, multiplicándose por 21.

China sigue siendo un país en vías de desarrollo y lo será, por lo menos, durante los próximos diez años. Todo apunta, sin embargo, a que entre 2028 y 2029 daría caza a Estados Unidos como la mayor economía del mundo, con un PIB en la vecindad de 30 trillones dólares. Uno de los retos que tiene por delante es mostrar que yerran quienes sostienen que el ingenio y la creatividad no pueden surgir en sociedades donde una de las libertades fundamentales, la política, está ausente.

China ha invertido muchos recursos para formar millones de chinos en las carreras ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas, fuentes naturales del cambio tecnológico. ¿Cómo podemos estar seguros de que, por el mero hecho de tener plena libertad política, Estados Unidos, que en el 2016 graduó 568 mil estudiantes en las carreras de STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics), tiene realmente el monopolio del cambio tecnológico, a sabiendas de que China, en ese mismo año, graduó 4.66 millones? Gracias a la decisión tomada por bajo el mandato de Deng, el año pasado, el 33% de los estudiantes extranjeros en los EUA eran chinos, de los cuales, 125 mil estaban en las carreras de STEM.

En los exámenes de PISA, no hay forma de que los estudiantes chinos se copien de los norteamericanos. En las pruebas del 2015, cuando se calcula el promedio obtenido por los estudiantes chinos de Beijing, Shanghai, Jiangsu, Guangdong, Macao y Hong Kong, estos superaron a los estadounidenses en matemáticas (536 > 470), ciencias (520 > 496) e incluso, en lectura (502 > 497). China ocupó, en promedio, la posición 9; EUA, la 25.

Si el valor de la libertad política que Occidente entiende como condición imprescindible para que el cambio tecnológico pueda tener lugar, ¿cómo se explica entonces que, en el 2016, China lideró el mundo con 1.34 millones de aplicaciones de patentes, seguida por EUA con 607 mil, menos de la mitad de las aplicaciones de patentes registradas en China en ese año?
Si China no han jugado con equidad y transparencia en el mercado de la transferencia de tecnología y ha violado las reglas y los valores occidentales en este ámbito, al obligar a las empresas extranjeras a firmar acuerdos de joint-venture y para compartir tecnología, Estados Unidos debe y puede exigir un cambio real y verificable de comportamiento que garantice la nivelación del terreno donde los países compiten por la participación en la actividad económica y el comercio global. China actuaría con sabiduría e inteligencia, si retoma la máxima de Deng, “ocultemos nuestras capacidades, esperemos nuestro momento”. Si China opta por enseñar anticipadamente sus músculos, corre el riesgo que detectó el Almirante japonés Yamamoto, luego del ataque sorpresivo a Pearl Harbor en 1941, “temo que todo lo que hemos hecho es despertar a un gigante dormido y llenarlo con una resolución terrible”. ¿Cuál sería el riesgo ahora? Despeinar a un gigante que duerme poco, dando lugar a una guerra comercial que arrastraría al mundo, de nuevo, a una gran recesión.

Quizás convenga que el actual liderazgo de China, transite con moderación sobre el recién inaugurado puente de US$20 billones y 54 kilómetros, el mas largo del mundo, que conecta Hong Kong, Zhuhai y Macao. Una mirada al mar podría reflejar el humilde rostro de Deng Xiaoping, dibujado por sus cenizas, y recordarle con su sonrisa de 5 pies, el impresionante avance y progreso que ha logrado el hoy gigante del Asia transitando la ruta sedosa del “peaceful rise”. Al liderazgo estadounidense, por su parte, la convendría ser paciente y dejar a los chinos operar con sus valores y su sistema político. Si los valores occidentales son realmente universales, como tendemos a pensar los que disfrutamos la libertad política, el tiempo y no el ‘dictum’ de algún sabio occidental, lo determinará. Así como los norteamericanos tienen todo el derecho del mundo a vivir en un país donde un joven de 16 años puede, en algunos estados de la Unión, comprar un rifle militar automático AR-15 y descargar ráfagas sobre decenas de compañeros en colegios y universidades, respetemos las normas chinas que lo impiden y la decisión del Estado de ese país de instalar, en todos los centros urbanos de China, 200 millones de cámaras de vigilancia que alimentan una base de datos de reconocimiento facial, para fomentar el buen comportamiento de los 1,391 millones de personas que la habitan. Particularmente, prefiero las cámaras a los AR-15.

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