Los miembros de las familias Perozo, Mainardi Reyna y Patiño estaban tan mal vistos por el gobierno que mucha gente no se atrevía a saludarlos. Algunos bajaban la cabeza al toparse con uno de ellos o se pasaban a la otra acera y en el mejor de los casos le hacían una señal de amistad muy discreta. La brutalidad de la represión corría pareja con la obstinada resistencia al régimen. Nadie supo ni sabrá nunca cuántos fueron los caídos, pero en la medida en que unos caían otros se levantaban de inmediato y la matanza no parecía tener fin.

Los Perozo y los Mainardi Reyna mantenían relaciones muy estrechas y, de seguro, el asesinato de Virgilio Martínez Reyna y su esposa, aparte de ciertos enfrentamientos con Trujilllo durante el gobierno de Horacio Vásquez, fueron factores determinantes en la actitud intransigente de ambas familias frente al régimen.

La rebelión de los Perozo comenzó en San José de las Matas en 1932, cuando los hermanos Faustino, César y Andrés urdieron un plan para eliminar al déspota (en el cual también estaba involucrado Virgilio Mainardi Reyna). Un plan que, como tantos otros, encabezados por civiles o militares, terminó en fracaso y provocó, al igual que siempre, una reacción desproporcionada.

El plan de los Perozo era de más vastas proporciones, incluía la formación de un frente guerrillero que no llegó a prosperar. En los primeros enfrentamientos con la guardia de Trujillo murieron los tres hermanos y otros cabecillas. Los que sobrevivieron, unos siete en total, se vieron obligados a desbandarse en dirección a la cordillera central, perseguidos por una jauría de guardias rabiosos que apresaban y torturaron campesinos para obtener información o por considerarlos sospechosos de colaborar con los enemigos.

Tiempo después matarían en Montecristi a Dionisio Perozo, y a partir de ese momento, con uno u otro pretexto, no se detendría la cacería.

No sé si alguna familia de aquella época, dejó sobre el terreno -en la lucha contra la tiranía- un reguero de cadáveres como el de los Perozo. La saña o ferocidad con que fueron combatidos, perseguidos, asesinados, torturados, desaparecidos condujo casi al exterminio de todos los varones. Se habla por lo menos de treinta o treinta y tres muertos, que fueron cayendo en diferentes circunstancias, diferentes frentes. Cayeron, sí, en combate, en las mazmorras del régimen o a manos de sicarios. Los Mainardi Reyna y los Patiño pasaron por un calvario parecido y también se convirtieron en familias de héroes y mártires

1945. El Perocito
Ninguna muerte causó quizás tanto dolor, indignación y rabia, impotencia, desesperación y espanto como la del llamado Perocito. El Perocito que apuñalaron en una calle de San Francisco de Macorís, o tal vez en el parque, cuando apenas tenía catorce o quince años. José Luis Perozo Fermín.

El padre del Perocito había sido asesinado mucho tiempo antes en un supuesto atraco y él vivía con su viuda madre, una hermana mayor y un hermano menor en la calle Colón, a pocas cuadras del cuartel de la policía. Llevaba una vida más o menos normal, dentro de la anormalidad de la situación, hasta el día en que apareció un letrero en la escuela en que cursaba el bachillerato. Un letrero infamante, que denigraba a Trujillo al tiempo que lo definía de cuerpo entero como asesino y ladrón o algo parecido.

Había que encontrar un culpable y nadie era mejor culpable que un miembro de la familia Perozo. En el pueblo siempre se dijo que el Perocito fue víctima de las intrigas del intrigante gobernador de turno y la denuncia de un calié, un informante al que apodaban Tito Mon.

El día 13 de junio de 1945, cuando salía o regresaba de su casa, un sicario se metió en su camino y al pasar le dio una puñalada en el vientre, casi como quien dice al descuido.

De alguna manera fue a parar, a refugiarse -o lo llevaron quizás-, al cuartel de la policía y esa fue su perdición. La gente se arremolinó en el lugar, llegaron la madre y la hermana, llegó el doctor Federico Lavandier, pero la policía no dejó pasar a nadie. El muchacho se desangraba y la policía lo veía desangrándose como quien ve caer la lluvia. Según el testimonio de una mujer, el Perocito se levantaba y caía, se caía y se levantaba, se levantaba y caía. El doctor Federico Lavandier exigía que lo dejaran pasar y no lo dejaban. La madre y la hermana clamaban a gritos que las dejaran pasar y la policía no las dejaba pasar.

“Cuando llegamos allá -cuenta Alfonsina Perozo, la hermana del Perocito- vimos aquel niño tirado en el piso del cuartel, todo lleno de sangre, aquellos policías, como fieras acordonaron el recinto. Ni mi madre, ni yo, ni nadie podía dar un paso hacia adentro”.

Cuando se le permitió finalmente al doctor Lavandier prestarle auxilio al muchacho y llevarlo al hospital era demasiado tarde. El pueblo se tiñó de un inmenso pesar, se hundió en un silencio rabioso y contenido. Siempre se hablaría del Perocito en voz baja, siempre se diría que fue uno de los crímenes más atroces de la tiranía. Se decía que el asesino había sido enviado desde Santiago y creo que nunca se supo quién era.

Después del crimen se montaría una descarada farsa. El asesino habría sido encontrado y hecho preso, y luego se habría ahorcado en la fortaleza. La guardia permitió la entrada al público, incluyendo a las alumnas de la cercana Escuela Primaria Costa Rica, que asistieron o fueron llevadas como quien dice en peregrinación a conocer al asesino del Perocito. Allí vieron al muerto, al ahorcado que no les permitiría dormir en varios días. Era un moreno, un negro, un infeliz, un chivo expiatorio. Estaba de rodillas frente a una pared, con el extremo de una soga al cuello y el otro extremo atado a un barrote de la ventana. No se habría podido ahorcar sin ayuda. La generosa ayuda de los guardias.

1959
El último tributo de sangre a la tiranía lo pagarían los Perozo en 1959 con la llegada de Masú Perozo en la expedición libertaria del 14 y 20 de junio, la invasión o repatriación armada que tuvo lugar en Constanza, Maimón y Estero Hondo. La inmolación armada.

Por lo que se sabe, Masú Perozo fue capturado vivo, desgraciadamente vivo. Lo trasladaron a la base de la aviación de San Isidro, lo interrogaron, lo torturaron, lo humillaron, lo ejecutaron. Dicen que fue martirizado por el mismo Ramfis Trujillo. Un enfermo, un vicioso, un sicópata, alguien a quien le gustaba matar y torturar desde la infancia. l

 

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