Con la irrupción de redes sociales que han fortalecido los ejércitos de la ignorancia y la caverna sobre las voces del sentido común y la racionalidad, la crisis de la democracia liberal avanza aceleradamente en el hemisferio occidental.    El que tenga dudas, no tiene necesidad de leer nada. Le bastaría ver los videos que las propias redes sociales nos han entregado sobre lo que ha estado sucediendo en Francia desde el 17 de noviembre.

El 14 de mayo de 2017, Emmanuel Macron asumió la Presidencia de un país económicamente estancado, insosteniblemente deficitario, alarmantemente endeudado y competitivamente rezagado. El PIB creció anualmente en 1.0% en el período 2014-2016 mientras el desempleo cerró e 10.1% en el 2016. El gasto público promedio, uno de los más altos de Europa, representó el 56.9% del PIB en el período 2014-2016. Con ingresos fiscales de 53.2%, el déficit fiscal promedió 3.7% del PIB. En una economía estancada, semejante déficit imposibilitó reducir la deuda gubernamental, la cual cerró en 96.6% del PIB en el 2016. Agregue a lo anterior que Francia ha visto caer su participación en las exportaciones mundiales de bienes y servicios desde un 13% en el 2000 a 8% en el 2017, debido fundamentalmente a que los salarios han estado aumentando más rápidamente que la productividad. De ahí el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos de Francia durante la última década.

Para poner a Francia “en marcha” y apoyándose en el 66% obtenido en la segunda vuelta, Macron inició la ejecución de un programa de reformas estructurales. Una reforma laboral para reducir las rigideces que estaban incidiendo negativamente no sólo en la contratación sino también, en la equidad distributiva. Sustituyó la contribución social de los empleados por un aumento en la tasa del impuesto sobre la renta y transformó el Crédito Impositivo por Empleo y Competitividad (CICE) en una deducción permanente de la contribución social del empleador. La tasa de impuesto corporativo se reducirá gradualmente, desde 33% a 25% en el 2022. Rediseñó los impuestos sobre el capital para estimular la inversión. Para elevar la competitividad general de la economía francesa, puso en marcha en junio de 2017 un programa de reducción de la carga administrativa e inició un año después la reforma de la Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses (SNCF), exponiendo ese servicio público a la competencia.

El programa de consolidación fiscal en marcha persigue una mejora de 3.4% del PIB en un período de 6 años (2018-2023): 2.3% que se alcanzaría con la reducción del gasto público y 1.1% con la reforma tributaria. Nadie puede acusar a Macron de ser demasiado ambicioso por querer reducir el gasto primario en 2.3% del PIB en 6 años, por debajo de la reducción de 4.2% que el FMI estima necesaria para alcanzar la sostenibilidad. Si se observan las reducciones de gasto primario obtenidas en un período de 6 años en los programas de consolidación fiscal de Suecia en 1993 (12% del PIB), Finlandia en 1993 (11.3%), Canadá en 1992 (8.2%), España en el 2012 y 1993 (6.4% y 4.9%), Dinamarca en 1982 (6.2%), Italia en 1993 (4.8%), Alemania en 2003 (4.0%) y la propia Francia en 1985 (2.3%), el recorte del gasto público de Macron resulta muy moderado.

Actualmente, están en marcha programas de aprendizaje y entrenamiento profesional para mejorar las capacidades en el mercado laboral; el fomento de más esquemas de compensaciones flexibles asociadas al desempeño; la reducción adicional de la carga administrativa para facilitar la creación de empresas; la continuación de la privatización de empresas estatales (venta de la participación del Estado en ENGIE, una empresa eléctrica multinacional de Francia; la privatización completa de Aeropuertos de París que opera Orly, Charles De Gaulle y Le Bourget; y la privatización de las loterías estatales); la mejora de la política de innovación; y estímulos para canalizar el ahorro al financiamiento de “equity”. En materia de educación, está en marcha la reforma de la educación primaria, secundaria y terciaria.

Reconociendo la elevada nómina pública (13% del PIB) en un país donde el 20% de la fuerza laboral está empleada en el Estado, se iniciará en el 2019 un programa de reducción del empleo público a través de salidas voluntarias y sujeción a contratos por tiempo fijo; y la introducción de un sistema de remuneración de los empleados públicos basado en el mérito. También la negociación de límites en el gasto de los gobiernos locales a través de un enfoque contractual que incluirían sanciones por incumplimiento; y finalmente, la unificación de los regímenes de pensiones y el aumento de la eficiencia del gasto en salud.

La economía creció 2.3% en el 2017, más del doble que el promedio del 2014-2016, y similar al crecimiento de Alemania, empujada por crecimientos significativos de la inversión y las exportaciones. Las compensaciones recibidas por los trabajadores, que ˙habían aumentado en apenas un 1.1% en el 2016, subieron en 2.5% en el 2017. La equidad distributiva no se ha deteriorado; el GINI fue de 29.3 en 2017, mejor que el promedio de 30.5 de la Eurozona.

Paralelamente con las reformas, se han ido adecuando los impuestos sobre el consumo de diésel y la gasolina al objetivo de garantizar el cumplimiento de las metas que Francia se fijó en el Acuerdo de París. En 2016, la meta de emisiones de 447 millones de TM de CO2 fue incumplida, al sobrepasarse las emisiones en 3.6%. Dado que una parte importante de las emisiones de CO2 en Francia es generada por el transporte en vehículos, el Gobierno aumentó a finales del 2017, los impuestos al diésel y a la gasolina en 32.6 (16.7) centavos de dólar por galón respectivamente, y pautó un nuevo aumento de 24.6 (12.5) a partir de enero del 2019. Más aumento para el diésel porque genera más CO2 que la gasolina.

Todo impuesto es un purgante. En este caso, el Gobierno de Francia consideró que lo prudente era administrarlo en varias dosis, para suavizar el impacto. La gradualidad, quizás la única alternativa viable en este caso, se ha transformado en un boomerang altamente peligroso. El 17 de noviembre, brotaron las protestas vandálicas de franceses que se oponen al aumento adicional en los impuestos al galón en el consumo de diésel y gasolina que entraría en vigencia en enero de 2019. Disfrazados con chalecos amarillos han quemado carros, vandalizado y destruido monumentos y edificaciones públicas, roto vitrinas y robado en las tiendas de París y otros centros urbanos de Francia, ante el asombro de una parte de los 95 millones de turistas que la han visitado este año. Han destruido todo lo que encuentran a su paso, sin detenerse un momento a pensar que aún con el

nuevo impuesto, debido a la baja de los precios del petróleo, el galón de gasolina costaría 8% menos que el precio pagado a principios de octubre en las estaciones de expendio.

Una cantidad apreciable de franceses no acaba de darse cuenta que resulta imposible seguir financiando el gigantesco Estado de bienestar que han construido. Es obvio que no parecen estar dispuestos a aceptar un ajuste mucho más moderado que el que respaldaron cuando los griegos querían seguir “living la vida loca”. A Francia le llegó su momento y ha aparecido un Presidente con visión, inteligencia y decisión para ejecutar las reformas necesarias. Habrá que ver si tiene suficiente “factor C” para hacer comprender a los chalecos verdes que a él se le eligió para gobernar y sacar hacia delante un país diezmado por una sociedad de derechos que necesariamente debe, si quiere tener algún espacio en la economía mundial, transitar hacia una sociedad de méritos.

Preocupa la devaluación adicional que sufre la democracia liberal con la crisis francesa. ¿Es esa la democracia que Occidente quiere exportar a China para sustituir su modelo de partido único? ¿O es la británica de Cameron y May que trata de parir un Brexit que sólo la secta del Tahuantinsuyo abrazaría? ¿O es la norteamericana, aquella donde los acuerdos bipartidistas son tan comunes como la visibilidad del cometa Halley desde la Tierra? Xi Jinping debe estar gozando la obra.

Nadie sabe cómo terminará esta nueva “Revolución Francesa”. Al no detenerse a tiempo las protestas con medidas disuasivas de regímenes autoritarios (cañazos en las nalgas de los vándalos con varas de ratán à la Lee Kuan Yew), de democracias iliberales (balas de goma a las canillas de los camioneros huelguistas à la Hipólito Mejía), algunos temen que las protestas, al llenar de temor a la Francia sensata, allanen el camino a gobernantes fuertes que prometan imponer orden y disciplina, sin prestar atención a los derechos humanos. Una especie de Bolsonaro francés que bajo un discurso mesiánico y redentor prometa restablecer, con el apoyo militar, el orden y detener la creciente inmigración musulmana y africana a la Francia urbana. Ojalá la sensatez se imponga pronto. Al ritmo que van las cosas, algunos comenzarán a buscar a un líder con la visión de Macron pero mucho menos comprometido con los derechos humanos, una especie de Deng Xiaoping francés que no tema terminar las protestas con el desfile de tanques en los Campos Elíseos y la irrupción del ejército en la Plaza de la Concordia.

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