Generalmente, en los periodos de alto crecimiento económico, las condiciones de vida de la población mejoran porque las remuneraciones laborales tienden a crecer, el desempleo tiende a disminuir y los ingresos de los hogares se incrementan. También porque los ingresos públicos aumentan y la capacidad del Estado para proveer servicios económicos y sociales se expande.

La intensidad del vínculo entre crecimiento y calidad de vida puede variar mucho y depende de varios factores. Entre ellas están los sectores que lideran el crecimiento y su capacidad para crear empleos de calidad y la capacidad del Estado para incrementar los ingresos tributarios y gastar en aquellas cosas que tienen efectos vigorosos en la vida de las personas.

Los datos oficiales sobre la evolución de la pobreza monetaria en los últimos doce años indican que, en un contexto de alto crecimiento económico, la pobreza monetaria, esto es, el porcentaje de personas que perciben ingresos insuficientes para adquirir una canasta básica de bienes y servicios se redujo sensiblemente. Pasó desde 47.2% en 2005 hasta 28.6% en 2017.
Aunque este indicador es limitado porque solo clasifica a la población en dos categorías (pobre y no pobre) y no da cuenta de que tan pobre o no pobre es una persona u hogar, su evolución indica que el crecimiento ha tenido efectos positivos de largo plazo sobre los ingresos y la capacidad de compra de la población, si bien, hay inconformidad con la intensidad del efecto dado el crecimiento económico observado.

Sin embargo, hay importantes dudas sobre lo que ha pasado respecto a cómo vive la gente en concreto, y sobre si, más allá de la capacidad de compra, el crecimiento se ha traducido en cuestiones tan fundamentales para la calidad de vida como viviendas mejoradas y acceso a más y mejores servicios.

La Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) acaba de publicar la nueva Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples (ENHOGAR 2017). Las ENHOGAR se han venido publicando desde 2005, muchos de sus datos son comparables, y permiten construir series anuales de indicadores que proveen un panorama de largo plazo sobre la evolución de las condiciones de vida de la población.

Para este artículo se han seleccionado algunos de los indicadores que ofrecen las ENHOGAR 2005 y 2017, se han comparado y estos permiten concluir lo siguiente respecto al progreso social observado en ese período.

Hogares más pequeños

Primero, los hogares se han empequeñecido y han envejecido. Mientras en 2005, el tamaño promedio de un hogar era de 3.9 personas, en 2017 fue de sólo 3.2 personas. Los datos indican, además que hay pocas diferencias en el tamaño de los hogares entre regiones y entre zonas rurales y urbanas.

Además, el porcentaje de personas con menos de 15 años pasó desde 33% en 2005 hasta 25% en 2017, y la de personas con 65 años o más creció desde 6.1% hasta 8.1%.

Viviendas mejoradas

Segundo, a juzgar por los materiales de construcción, la calidad de las viviendas ha mejorado. El porcentaje con paredes de concreto o de bloques pasó desde 68.5% en 2005 hasta 82.5% en 2017. En ese año, el 13% de las viviendas tenía paredes de madera y el 4.6% tenía paredes de tabla, zinc y otros materiales.
En las zonas rurales, el incremento de las viviendas con paredes de bloques o concreto pasó desde 51% en 2005 hasta 63% en 2017, y en las urbanas desde 78% hasta 87%.

También mejoró la calidad promedio de los techos. Los de zinc se redujeron desde 66% hasta 50% en ese período. En 2017, el 48% de las viviendas en el país tenía techo de concreto, mientras que el uso de otros materiales fue casi nulo.

Por último, en 2017 el 98% de los pisos eran de materiales duros como cemento, mosaicos, cerámica o granito. Los de tierra fueron sólo 1.5% del total y los de madera 0.3%. Aunque la proporción es baja, cuando al porcentaje se le pone números, se ve de otra manera: 50 mil viviendas tienen piso de tierra o de madera.
Materiales de calidad y más resistentes en la vivienda es relevante no sólo porque contribuye resguardar mejor a las personas de la lluvia, el viento y el sol sino también porque reduce la transmisión de enfermedades.

Agua y saneamiento: avances limitados

Tercero, el acceso a agua de las redes públicas ha aumentado poco. Los datos de la ENHOGAR indican que mientras en 2005 el 78% de las viviendas recibía agua de acueducto, ya sea a través de grifos en las viviendas o fuera de ellas, en 2017, doce años después, el porcentaje sólo se había incrementado en 4 puntos porcentuales, alcanzando 82% de todos los hogares. Eso significa que, en este último año, todavía unos 350 mil hogares no tenían acceso a agua de la red pública.

Al mismo tiempo, la ENHOGAR 2017 revela que las brechas territoriales en materia de acceso a agua son muy significativas. En las zonas urbanas, el acceso fue de 86% pero en las rurales fue 23 puntos porcentuales menos (63%). Eso significa que, en las zonas rurales, más de un tercio de las viviendas no tiene agua de acueducto sino de manantial, pozo, lluvia y otra fuente.

La ENHOGAR 2017 también evidencia cuan precarios son los servicios de agua en el país. El 56% de la población recibe el servicio tres días o menos a la semana, sólo el 34% lo recibe todos los días o casi todos los días, el 55% recibe el agua por un período de nueve horas al día o menos, y en promedio, la población recibe el servicio 11 horas al día. Además, el racionamiento por hora afecta desproporcionadamente más a quienes sufren el racionamiento por día. En otras palabras, los hogares que menos días de servicio tienen a la semana son los que menos horas de servicio le son brindadas. Por ejemplo, las viviendas que reciben agua un día, apenas la reciben por seis horas, mientras que las que la reciben entre seis y siete días a la semana son servidas, en promedio, por 17 horas diarias.

Cuarto, el acceso a sanitario o letrina privada también ha crecido de forma lenta. Mientras en 2005 el 82.4% tenía acceso a este servicio, en 2017 se había incrementado en seis puntos porcentuales, hasta 88.4%. En las zonas rurales, más de un 30% de las viviendas no tiene servicio sanitario privado.

Energía y combustibles: mejoras lentas

Quinto, creció el uso de estufas y se redujo el uso de leña y carbón, pero a un ritmo lento. El acceso a estufas creció desde 82.5% en 2005 hasta 91% en 2017 (en las zonas rurales fue de 81%), mientras el uso de combustibles sólidos para cocinar como leña y carbón se redujo desde 14% hasta 9%. La lenta mejoría puede tener que ver con el hecho de que, en esos doce años, los hogares rurales pobres, los que más leña y carbón usan, vieron mejorar sus ingresos en una proporción mucho menor que en otros hogares.

Sexto, también el acceso a la energía eléctrica creció poco. Pasó desde 94.5% en 2005 hasta 98% en 2017 y se perciben rezagos notables en El Valle (Elías Piña y San Juan), Enriquillo (Barahona, Independencia, Bahoruco y Pedernales) y Cibao Noroeste (Monte Cristi, Valverde, Dajabón y Santiago Rodríguez). Además, menos de la mitad de las viviendas recibe entre 20 y 24 horas de energía (47.7%), 39% recibe apagones de 10 horas o más, y en las zonas rurales fue de casi 60%. El promedio diario de apagones es de 6.5 horas, pero en regiones como Valdesia (Azua, Ocoa, Peravia y San Cristóbal) y Enriquillo es mucho más.

Equipamiento de las viviendas crece

Séptimo, en ese periodo, el equipamiento de los hogares creció de forma notable. El porcentaje de hogares con nevera creció en 17 puntos porcentuales, desde 64.2% hasta 81.4%. En las zonas rurales alcanzó un 69%, y en las regiones como Valdesia, Enriquillo y Cibao Noroeste también se observan porcentajes relativamente bajos. De hecho, sólo el 30% de los hogares más pobres tiene nevera.

Por su parte, los hogares con lavadora pasaron de 58% hasta 78%, y la tenencia de teléfonos celulares pasó desde 44% hasta 91%.

Estas cifras son solo una evidencia parcial de lo que ofrece la ENHOGAR y de lo que es necesario para dar buena cuenta del progreso social. Pero de ellas son evidentes dos cosas. La primera es que aquellos elementos del bienestar que tienen que ver con la capacidad de consumo individual como equipamiento del hogar o calidad de los materiales de la vivienda, son los que evidencian mayores progresos. La segunda es que los que tienen que ver con los servicios públicos como agua y energía verifican progresos mucho más lentos y notables rezagos respecto a metas inobjetables como cobertura universal y estándares mínimos en la calidad de la provisión.

La incapacidad del Estado de ofrecer servicios de calidad es, si no el que más, uno de los más importantes escollos para lograr mayor bienestar general. Y esto remite, a su vez, a dos cosas: la forma de hacer política basada en el clientelismo y la corrupción, y a la calidad de la gestión pública. Enfrentar esto es crucial para lograr un mejor Estado, más y mejores servicios públicos y mayor bienestar.

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