El país debe ser agenda común

Ningún país ha sentado las bases firmes del desarrollo, sin una participación activa y decidida de sus sectores productivos. Sus opiniones son de indiscutible valor para la formulación de las políticas económicas y la toma de decisiones especialmente en periodos electorales donde se apuesta erróneamente al fracaso del gobierno para escalar el poder.

Ningún país ha sentado las bases firmes del desarrollo, sin una participación activa y decidida de sus sectores productivos. Sus opiniones son de indiscutible valor para la formulación de las políticas económicas y la toma de decisiones especialmente en periodos electorales donde se apuesta erróneamente al fracaso del gobierno para escalar el poder.

Son muchos los desafíos y más las dificultades a las que tendremos que hacer frente como nación en lo inmediato y en el futuro cercano. Un conjunto de factores externos, ajenos a nuestros deseos y voluntades más los problemas por todos conocidos en la economía nacional, harán necesarias medidas y políticas dirigidas a aumentar los niveles de productividad, eliminando así el exceso de burocratismo que traba el crecimiento y la iniciativa privada. Es el camino más corto, seguro y, sobre todo, el menos costoso, para enfrentar los vientos que en situaciones de incertidumbre en el ámbito internacional pudieran amenazar nuestra estabilidad económica.

Las opiniones de los sectores productivos, grandes, medianos y pequeños sobre los problemas de la economía, suelen estar asentados en bases firmes pues resultan los más afectados en los casos de políticas reñidas con las condiciones o posibilidades existentes. No puede hablarse de progreso de un país si esos sectores quedan marginados de las grandes decisiones. La experiencia y la realidad nos indican la necesidad de una agenda conjunta de trabajo, en la cual laboren gobierno, oposición, sector privado y sociedad civil como un buen y más seguro punto de partida para un gran pacto nacional por la competitividad y el desarrollo.

Nuestro problema radica en la falsa creencia de que apoyar programas de gobierno bien sustentados equivale a una claudicación, como si el país estuviera siempre en guerra o si endosar una buena medida fuera contraria a una oposición seria y responsable.

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