El presidente Jair Bolsonaro, el legado a Brasil de un ejercicio de gobierno que a la postre resultó poco asertivo y especialmente corrupto, ahora inspira su gestión en una retórica anticomunista, algo que a decir verdad, está en extinción, aunque existan gobiernos y partidos que lo invoquen, pero que en realidad, tal y como se imaginaba fracasó. En sus extremos, lo que más bien proyecta el nuevo presidente es una vocación abiertamente fascista que probablemente cause más daño a su país que la brecha abierta por la gestión del Partido de los Trabajadores. Más que perseguir “funcionarios que siguen los ideales del comunismo,” Bolsonaro debe enfocarse en buscar solucionar a los problemas…

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