En nuestra entrega del sábado, señalábamos cómo a base de infinidad de mitos se atribuyó a la sociedad comunista un proceso permanente de evolución social que en realidad nunca poseyó, ni en la Unión Soviética ni en ningún otro lugar. El carácter heroico otorgado a los movimientos revolucionarios marxistas era y continúa siendo una de las leyendas más propaladas.

Sin embargo, el heroísmo y el sacrificio extremo como se cuentan en las historias oficiales de esos movimientos, no fueron las notas descollantes en muchos de esos procesos revolucionarios. La colectivización, que provocó más de veinte millones de muertos, fue el paso crucial para la consolidación de la revolución bolchevique y es imposible encontrar en ese proceso negro de la historia soviética algún rasgo de humanidad o algo que la justifique, que no sea la ganancia del poder por parte de Stalin y sus colaboradores, convertidos en su tiempo en los nuevos zares de Rusia. Finalmente, la sociedad que pretendía ser perfecta e igualitaria se derrumbó en Rusia por efecto de sus propias contradicciones y carácter totalitario, no a consecuencia de una conspiración exterior del occidente capitalista.

Los chinos no tardaron en percatarse de la imposibilidad de crecer y garantizar la alimentación de su enorme población, bajo la tiranía y las restricciones de la “revolución cultural” y esa etapa sombría quedó sepultada con los restos de Mao. Toda la Europa oriental, bajo dominio soviético, no resistió el derrumbe del Muro de Berlín y del comunismo sólo quedan los rastros de dos viejas tiranías, Cuba y Corea del Norte. Todos de esos mitos se han caído por efecto de la realidad. Pero las graves desigualdades sociales que caracterizan la vida moderna los hacen todavía atractivo a los ojos de millones de personas que sufren los horrores de la pobreza sin perspectivas de cambio a nivel mundial.

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