Conocí a María y Enrique cuando sus tres hijos tenían 8, 5 y 4 años respectivamente. Parecía una familia normal, donde el marido de vez en cuando se daba determinadas borracheras, mediante las cuales presentaba conductas de agresividad verbal dirigida hacia María. Pero, cada vez, aumentaba en aquella casa la frecuencia de gritos, pleitos y, en ocasiones, se producían agresiones físicas de él hacia ella. No era mi paciente, estaba yo terminando mi carrera, pero sí solía acudir a mí en busca de consejería ante esta situación, la cual cada día se agudizaba más.

Recuerdo un 24 de diciembre cuando María fue a mi puerta desesperada, que su esposo quería matarle, con los tres pequeños, a quienes había podido sacar por la puerta trasera. Nunca, ni ella, ni él, hicieron conciencia ni pude hacerles entender que necesitaban un seguimiento y ayuda permanente de un profesional de la salud mental, que les ayudase a enfrentar esas situaciones, las cuales por sí mismas no podrían resolver ni frenar. Ella descubre por sugerencia mía, a raíz de una enfermedad física de Enrique, en unos análisis de sangre que este no tenía sólo borrachera, sino que consumía marihuana y cocaína.

Como esta familia son muchas las que no han entendido ni asumido que su realidad es de una familia disfuncional, enferma, que necesita S.O.S. ser manejada por un terapeuta de la salud mental, especialmente en terapia familiar. Al igual que el organismo, cuando uno de sus miembros, todo el cuerpo se afecta, así mismo sucede en el hogar. El final de esta familia, la cual dejé de ver por años, ya que se fueron del país, fue: Enrique falleció de SIDA; el segundo hijo fue condenado a cadena perpetua a los 21 años en estados unidos; el menor se dedica bandas de asaltos; y la madre, quien también fue condenada a prisión, tengo entendido que ya salió. Pero esto no es una película, es sencillamente el descuido total de una familia.

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