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También en Cuaresma el Papa Francisco oye mensajes, predicaciones y meditaciones, como cualquier cristiano, dirigidas a él y a los que laboran en el Vaticano. Hay un predicador ya con muchos años en ese ministerio, asignado para ello, llamado “el predicador de la casa pontifica”. El P. Raniero Cantalamessa, sacerdotes franciscano capuchino, que por demás es muy conocido y solicitado en el mundo entero para conferencias, charlas y días de retiro.

Así “todos los viernes por la mañana durante la temporada de Cuaresma, el capuchino realiza una meditación sobre el tema “Entra en ti”. Desde la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, en presencia del Papa Francisco, invitó a las personas a reflexionar sobre “el lugar donde cada uno de nosotros entra en contacto con el Dios vivo”: “En un sentido universal y sacramental, este” lugar “, Es la Iglesia, pero en un sentido personal y existencial, es nuestro corazón.”

Precisamente ese es el tema de la segunda predicación de la Cuaresma 2019 a la casa Pontificia

Permítame compartir dicha reflexión. Me pareció tan interesante y actual en su fondo y su forma, que opté por ofrecerla entera en tres entregas. Al principio pensé dar solo un resumen.

1- Entra en ti mismo

San Agustín lanzó un llamamiento que a distancia de tantos siglos conserva intacta su actualidad: «In te ipsum redi. In interiore homine habitat veritas»:«Entra en ti mismo. En el hombre interior habita la verdad»[1] . En un discurso al pueblo, con insistencia aún mayor, exhorta:

«¡Entrad de nuevo en vuestro corazón! ¿Dónde queréis ir lejos de vosotros? Yendo lejos os perderéis. ¿Por qué os encamináis por carreteras desiertas? Entrad de nuevo desde vuestro vagabundeo que os ha sacado del camino; volved al Señor. Él está listo.
Primero entra en tu corazón, tú que te has hecho extraño a ti mismo, a fuerza de vagabundear fuera: no te conoces a ti mismo, y ¡busca a aquel que te ha creado! Vuelve, vuelve al corazón, sepárate del cuerpo… Entra de nuevo en el corazón: examina allí lo que quizá percibiste de Dios, porque allí se encuentra la imagen de Dios; en la interioridad del hombre habita Cristo, en tu interioridad eres renovado según la imagen de Dios»[2].

Continuando el comentario iniciado en Adviento sobre el versículo del Salmo «Mi alma tiene sed del Dios vivo», reflexionemos sobre el «lugar» en que cada uno de nosotros entra en contacto con el Dios vivo. En sentido universal y sacramental este «lugar» es la Iglesia, pero en sentido personal y existencial es nuestro corazón, lo que la Escritura llama «el hombre interior», «el hombre escondido en el corazón»[3]. A esta elección nos impulsa también el tiempo litúrgico en que nos encontramos. Jesús en estos cuarenta días está en el desierto, y es allí donde lo debemos alcanzar. No todos pueden ir a un desierto exterior; pero todos podemos refugiarnos en el desierto interior que es nuestro corazón. «En la interioridad del hombre habita Cristo», nos ha dicho Agustín.

Si queremos una imagen plástica, o un símbolo que nos ayude a aplicar esta conversión hacia el interior, nos la ofrece el Evangelio con el episodio de Zaqueo.

Zaqueo es el hombre que quiere conocer a Jesús y, para hacerlo, sale de casa, va entre la multitud, sube a un árbol… Lo busca fuera. Pero hete aquí que Jesús al pasar lo ve y le dice: «Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que quedarme a tu casa» (Lc 19,5). Jesús lleva a Zaqueo a su casa y allí, en secreto, sin testigos, ocurre el milagro: conoce verdaderamente quién es Jesús y encuentra la salvación.

Nos parecemos a menudo a Zaqueo. Buscamos a Jesús y lo buscamos fuera, por las calles, entre la multitud. Y es el mismo Jesús quien nos invita a entrar en nuestra casa en nuestro propio corazón, donde él desea encontrarse con nosotros.

2- Interioridad, un valor en crisis

La interioridad es un valor en crisis. La «vida interior» que en un tiempo era casi sinónimo de vida espiritual, ahora, en cambio, tiende a ser mirada con sospecha. Hay diccionarios de espiritualidad que omiten totalmente las voces «interioridad» y «recogimiento» y otros que las llevan, pero no sin expresar algunas reservas. Por ejemplo, se destaca que, después de todo, no hay ningún término bíblico que corresponda exactamente a estas palabras; que podría haber habido, en este punto, un influjo determinante de la filosofía platónica; que podría favorecer el subjetivismo y así sucesivamente.

Un síntoma revelador de este descenso del gusto y estima de la interioridad es la suerte que ha tocado a la Imitación de Cristo que es una especie de manual de introducción a la vida interior. De libro más amado entre los cristianos, después de la Biblia, ha pasado, en pocas décadas, a ser un libro olvidado.

Algunas causas de esta crisis son antiguas e inherentes a nuestra propia naturaleza. Nuestra «composición», es decir, el estar constituidos de carne y espíritu, hace que seamos como un plano inclinado; inclinado, sin embargo, hacia lo exterior, lo visible y lo múltiple. Como el universo, tras la explosión inicial (el famoso Big Bang), también nosotros estamos en fase de expansión y de alejamiento del centro. «No se sacia el ojo de mirar, ni el oído se sacia nunca de oír», dice la Escritura (Qo 1,8). Estamos perennemente en «salida», a través de esas cinco puertas o ventanas que son nuestros sentidos.

Otras causas son, en cambio, más específicas y actuales. Una es la emergencia de lo «social» que es ciertamente un valor positivo de nuestros tiempos, pero que, si no se reequilibra, puede acentuar la proyección hacia lo exterior y la despersonalización del hombre. En la cultura secularizada y laica de nuestros tiempos el papel que desempeñaba la interioridad cristiana fue asumido por la psicología y el psicoanálisis, las cuales se detienen, sin embargo, en el inconsciente del hombre y en su subjetividad, prescindiendo por su íntimo vínculo con Dios.

En el campo eclesial, la afirmación, con el Concilio, de la idea de una «Iglesia para el mundo» ha hecho que al ideal antiguo de la fuga del mundo, se haya sustituido a veces el ideal de la fuga hacia el mundo. El abandono de la interioridad y la proyección hacia lo externo es un aspecto —y entre los más peligrosos— del fenómeno del secularismo.

Hubo incluso un intento de justificar teológicamente esta nueva orientación que ha tomado el nombre de teología de la muerte de Dios, o de la ciudad secular. Dios —se dice— nos ha dado él mismo el ejemplo. Al encarnarse, él se ha vaciado, ha salido de sí mismo, de la interioridad trinitaria, se ha «mundanizado», es decir, dispersado en lo profano. Se ha convertido en un Dios «fuera de sí».

Conslusión
CERTIFICO que al principio pensé ofrecer solo un resumen de la meditación del P. Raniero Cantalamessa Papa y a la Casa Pontificia sobre “la interioridad”, pero la encontré tan interesante y actual, que la estoy dando íntegra en tres entregas.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los veintisiete (27) días del mes de marzo del año del Señor dos mil diecinueve.

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