A los economistas se les suele sobrestimar: obtienen diplomas y aprenden a expresarse con elocuencia y seguridad. Y muchos han ganado premios importantes. Pero no es verdad que sepan tanto.

Ninguno puede predecir el futuro (ningún ser humano puede) Pero es precisamente para eso que se les suele contratar y escuchar. En el 2008 la reina de Inglaterra preguntó que cómo era posible que nadie hubiese visto venir la crisis. Y uno de sus asesores contestó “sabíamos que vendría, solo que no sabíamos cuándo” (definitivamente un genio).

Del otro lado del Atlántico, catedráticos de Harvard insisten en que confiemos en el poder político y reclaman más intervención del Estado, como si no hubiese dejado de crecer, como si no estuviera integrado por los mismos individuos cuyas pasiones se tildan de injustas y codiciosas en otras esferas.

Se da también el caso de algunos premios nobel que se escudan
en su galardón para decir cosas absurdas.

Angus Deaton, por ejemplo, reconoció que la pobreza había disminuido en India, pero recomendó subir los impuestos y aumentar el gasto social para disminuir la desigualdad (o sea, que se elimine el estímulo gracias al cual esa pobreza disminuyó) Y dijo que la clase media debería estar feliz siendo solidaria y pagando más impuestos (feliz aunque le quiten lo suyo, claro).

Está además Stiglitz, que dice que a los ricos les conviene el socialismo, para evitar que los pobres se lo quiten todo con una revolución comunista (como si hubiesen sido los pobres los que la llevaron a cabo alguna vez).

Y tenemos al muy leído Thomas Piketty, que se escandaliza porque un grupo haya amasado cuantiosas fortunas, sin explicar bien por qué esto es tan malo. Sin importarle si se logró gracias a ideas brillantes que mejoraron la vida de miles de personas con buenos empleos o productos innovadores.

Uno puede preguntarse: ¿cómo es posible que se valore tanto a los que así piensan? Pues simplemente porque todo lo que coquetea con el socialismo y huele a discurso redentor, goza del servilismo de intelectuales y artistas. ¡Y se aplaude con fervor!

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