Una sociedad equilibrada es sinónimo de democracia plena, felicidad familiar, justicia social y libertad, pero pocas sociedades en el mundo han logrado alcanzar este propósito a plenitud por la lujuria de algunas castas, de gobernantes y de intereses políticos y económicos.

República Dominicana es una nación donde, quien ostenta el poder, es prácticamente dueño de las instituciones, del territorio y de la gente, es decir, que un presidente es sinónimo de Dios, razón por la cual, no se permite su escrutinio ni la toma de acciones que controlen el desgobierno, el nepotismo, los abusos
políticos y la corrupción institucional.

Vivimos en un país sin autoridad firme y equilibrada, porque quienes gobiernan toman el Estado como su propiedad a la que solo tienen derechos sus familiares, amigos y compañeros de partido, que aprovechan para repartirse en forma desventajosa el erario de la nación.

No es posible ni se concibe que mientras un servidor que cumple la jornada de ocho horas diarias de labor gana un mínimo salario de 10 mil pesos, haya botellas en embajadas, consulados, la Administración Pública, agencias descentralizadas y organismos autónomos, que devenguen sumas superiores, incluso, con cifras millonarias.

República Dominicana, por más que se maquillen las cifras y los informes de gestión y generación de abundantes riquezas, está entre los países con mayor desequilibrio social, porque hay gente que apenas alcanza a comer una vez al día, mientras otros que nada hacen, llenan los bares y restaurantes, consumiendo lo que poco les cuesta, a costa del Estado.

Las botellas y las nóminas colaterales para el clientelismo político y perpetuarse en el poder, son incontables. Las riquezas del país son explotadas por manos foráneas a cambio de un por ciento o algún tipo de beneficio a funcionarios, legisladores y hasta dirigentes de partidos.

Así nos quedaremos sin país, gobernados por lujuriosos que nunca se llenan y, al final seremos una sociedad definitivamente desequilibrada, si no hacemos algo pronto para cambiarlo. Es tiempo de poner un alto.

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