El doctor Rodríguez López de Haro nació en Horcajo de Santiago, provincia de Cuenca en España, en febrero de 1898. De acuerdo a una información aparecida en el periódico Lanza, diario de la Mancha, desde temprana edad tuvo muy claro su intención de socorrer al necesitado, siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís. Esa época, a principios del siglo XX, marcó grandes cambios en España. El doctor Rodríguez López de Haro decidió marcharse a Francia a estudiar medicina. Allí recibió su licenciatura en medicina y cirugía y por oposición ganó la plaza de médico del Hospital Minero de Almadén, en 1931. El doctor, a sus 33 años, ya tenía amplia experiencia por haber trabajado en el Hospital de Beneficencia de Madrid y en la pequeña localidad de Ossa de Montiel en la provincia de Albacete.

Almadén, ciudad de gran importancia minera, perteneciente a la provincia de Ciudad Real, era conocida desde los tiempos de la ocupación árabe de España, como gran fuente de minerales. Allí tenían un hospital, que por estar alejado de los principales centros sanitarios, se había hecho bueno y mejoraba. Los centros hospitalarios más cercanos estaban a más de 100 kilómetros, en Córdoba o Ciudad Real. En las minas las condiciones sanitarias son adversas, y en los años 1930, eran realmente precarias, por lo que la labor del doctor Rodríguez, fue principalmente dirigida a enfermedades como la silicosis, por la inhalación de partículas de Sílice, el envenenamiento por mercurio, las bronquitis crónicas, que llevaban a algunos pacientes a padecer neumonías o la terrible tuberculosis, causa de gran número de muertos en la España de antes y después de la guerra civil. Su labor, no se limitó a los mineros, sino que abarcó a todos los miembros de la comunidad que requerían de sus servicios, muchas veces sin retribución económica. De hecho, en el 1935, la ciudad de Almadén le dedicó un monumento en gratitud a su labor, llamándolo como “El médico de Almadén”. Se le designó también
como Hijo Predilecto de Almadén.

Su posición política republicana le permitió estar en contacto con algunos de los líderes políticos del momento, lo que marcó su carácter. En la ciudad de Almadén se le recuerda como un buen vecino y persona querida. La realidad de la guerra civil en España, le obligó a trasladarse a Madrid, Valencia, Cartagena y Barcelona, durante los años que duró el cruel enfrentamiento. En 1939 cruzó los Pirineos, como tantos españoles, para finalmente llegar a la República Dominicana, en calidad de refugiado. Ingresó a nuestro país el 19 de diciembre de 1939, por vía marítima desde Francia, y aquí desarrolló su vida médica. Una de sus contribuciones más importantes fue en la Revista Archivos de Medicina y Cirugía, donde en 1944 publicó trabajos sobre las enfermedades digestivas. En la Universidad de Santo Domingo, y en las reuniones médicas que se celebraban los domingos en la tarde en la Clínica del doctor Miguel Garrido, el doctor Rodríguez participaba con entusiasmo como un activo contertulio. Ejerció la medicina hasta febrero del 1976, cuando falleció, escasos meses después de la muerte de Francisco Franco. El busto que le dedicó su ciudad fue escondido tras la guerra y enviado a la República Dominicana. En nuestra tierra estuvo guardado, hasta que en enero del 2019, en una emotiva ceremonia, fue llevado por su familia hacia la ciudad de Almadén, en donde quedó guardado en el Hospital, y existe una plaza con su nombre. Una vida dedicada al servicio, que a ambos lados del Atlántico prosperó y que es reconocida y recordada 80 años después.

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