Desde muy niña me apasionaba la política. Me impresionaba la confianza que una persona con su discurso despertaba en aquellos, cuyas condiciones de vida habían marchitado toda esperanza de cambio.

Despertaban mi admiración las manifestaciones de cariño, que algunas veces, eran muy semejantes al más ferviente amor, de la gente en las calles, cuando un aspirante a dirigir los destinos del país y administrar sus recursos, se desplazaba por las calles, sobre todo, en los barrios populares. Los más empobrecidos.

Desde mi infancia y mi inocencia, veía a los políticos como predestinados, una especie de súper héroes. Personajes fuera de lo común, semejantes a las grandes estrellas de la pantalla del cine y la televisión.

En algún momento pensé en convertirme en una de ellos. Ir por las calles llevando esperanzas, formar parte de las grandes realizaciones que dieran como resultado un país dónde la gente viviera con sus necesidades cubiertas.

Una sociedad con igualdad de derechos y oportunidades. Pero, dos factores lo cambiaron todo. El primero de ellos, fue que crecí, afortunadamente no solo en mi estado físico, también lo hicieron mi conciencia y mi visión, mi capacidad de análisis y de crítica. El segundo factor es la degradación en que han caído la política y sus actores.

Un poco más grande, decidí ponerme de este lado, el de la crítica, el de observar. Fue cuando nació la periodista, que para nada significaba dejar de reconocer lo bueno que nuestros políticos en el poder hacen por el país, que no representa vestirse de mezquindad y cerrar los ojos a la virtud, ni dejar de reconocer que aún existen personas valiosas que aspiran a dirigirnos, aunque son tan notorios los malos ejemplos, que ahogan las buenas intenciones de unos y aniquilan la confianza de los otros y con ella mueren la esperanza.

Aunque en lo más profundo de nuestros corazones albergamos la ilusión de que el país pueda contar con administradores honestos, comprometidos con los mejores intereses de la nación que heredarán a sus hijos, con opositores que colaboren con las iniciativas que buscan mejorar la calidad de vida de sus iguales, que no sean piedras en el camino y que sepan reconocer lo positivo, sin demeritar las buenas obras, solo por haber sido realizadas por el gobierno de un partido distinto o una tendencia diferente a la suya.

Quizás aun podamos lograrlo.

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