Expedición científica del eclipse solar en el Santo Domingo de 1781

El movimiento intelectual de la Ilustración trató de reformar la cultura y modernizar las sociedades.

El movimiento intelectual de la Ilustración trató de reformar la cultura y modernizar las sociedades. La monarquía hispana y sus colonias no fueron inmunes a ese proceso, por el contrario, fue una firme impulsora de él. A diferencia de sus competidores imperiales en España, no se crearon Academias de Ciencias que alimentaran las discusiones científicas, pero este papel fue ocupado por la marina real que, lejos de quedarse atrás en la producción de conocimiento, contribuyó de forma notable a su desarrollo. En la segunda mitad del siglo XVIII, el mar Caribe, además de ser un teatro de operaciones bélicas imperiales, también se convirtió en un escenario de competencia científica y los marinos españoles fueron destacados exponentes de ella.

Las presentes notas son tomadas de un informe que reposa en el Archivo Naval de Madrid y salen del informe de Observaciones astronómicas hechas en Santo Domingo, isla española por el Alférez de Fragata de la real armada don José Antonio Sartorio el día 12 de abril de 1781.

Según recoge el informe, el señor A. L. Monier, miembro de la Academia de Ciencias de París, dirigió un memorial a la corte pidiendo el destino de algunos sujetos a la isla de Santo Domingo, o bien a el Istmo de Panamá, para observar el eclipse solar que tendría lugar el 23 de abril de 1781 y debía ser anular en aquellos parajes. Solicitaba fuese observado con exactitud el anillo de la luna al estar en inmersión total con el sol, por ser momento en el que el luminar quedaba abierto con la excepción de la sutil corona de Luis. Querían comprobar si el diámetro del sol aumentaba por la atmósfera de la luna, fenómeno de la física celeste que, hasta ese momento, por la variedad de opiniones y juicios de los astrónomos, era un asunto especialmente controvertido en Europa.

Para satisfacer el encargo Carlos III, reconocido impulsor de los adelantos y aplicación de la ciencia, determinó enviar una expedición a Santo Domingo al frente de la cual dispuso al Alférez de Fragata José Antonio Sartorius y al teniente de navío don Luis Arguedas. Ambos marinos, equipados con los instrumentos de medición más avanzados de la época, tomaron las cautelas necesarias e indispensables para el buen resultado de las mediciones a tenor de las expectativas creadas.

En primer lugar, las líneas meridianas eran la principal baza para la práctica de la astronomía, pues por medio de ellas se situaban los instrumentos en el plano del meridiano y observaban el paso de los planetas con la mayor exactitud; particularmente el Sol, cuyo movimiento diario señalaba en el punto meridiano el estado de los relojes y, por consiguiente, su adelanto respecto a la verdadera marcha en las 24 horas. Este aspecto no se debía descuidar, y de ello dependía el buen fruto de las observaciones, la latitud del lugar permitiría tomar y corregir las alturas.

Una vez determinada la latitud, conocerían el estado del péndulo astronómico o reloj marino por medio de la altura correspondiente del Sol. Así comprobarían los atrasos y adelantos del reloj verdadero y se podía averiguar con precisión la hora del principio del eclipse, para el meridiano de Santo Domingo respecto del péndulo. En los días previos, midieron el diámetro horizontal del Sol para asegurar obtener la tangente con el Oteliómetro y conocer con posterioridad si durante eclipse se producía el aumento del diámetro solar.

El 12 de abril dio comienzo el trabajo metódico de ambos ingenieros. En la tarde colocaron una tienda de campaña en el castillo llamado la fuerza, que regularmente servía de presidio militar, en un ángulo que formaba la parte del río pues, según refleja el informe, allí se descubría mejor el horizonte y era el terreno de mayor igualdad en la fortaleza. Se procuraron las precauciones necesarias para resguardar los delicados instrumentos de medición del agua y la humedad. Entre ellos, el preciado anteojo acromático de Dollond y el reloj, uno de los ocho de que SM disponía en el Observatorio de Cádiz. Para tal efecto, fue construida una tarima de madera para que el plano de la caja del reloj descansara en ella; finalmente, con el Heliómetro fue medido el diámetro solar durante la evolución del eclipse. Los intermitentes aguaceros del mes de abril dificultaron en ocasiones el trabajo del péndulo astronómico sin olvidar que durante la navegación a la isla fueron asaltados por los ingleses, quienes robaron las tablas correspondientes a la medición de los tiempos, lo que dio un grado mayor de complicación a la labor.

Después de intensas mediciones desde el catorce al veintidós de abril, ambos ingenieros confrontaron todas las cifras extraídas, concluyendo que el diámetro del Sol no tuvo aumento alguno, con lo que no fue verificada la pretendida atmósfera lunar. Se tuvo también especial cuidado en comprobar el encargo del teniente General de la Real Armada, don Antonio de Ulloa, que consistía en observar si durante el eclipse solar el cuerpo lunar presentaba algún agujero, pero en el experimento de Santo Domingo este no fue advertido.

Finalmente, en sus últimas notas, aseguraron que todos los datos tomados fueron ejecutados con exactitud y se llevaron a cabo por partida doble al tiempo que fueron refrendados. Satisfechos con su trabajo, emocionados por los resultados y cautivados por la hermosa vista que les deparaban los diversos tonos azules del mar Caribe, determinaron que era el tiempo de volver y llevar los resultados a Cádiz para que los científicos españoles, a través de conductos reales, enviasen a la Academia de Ciencias de Francia las conclusiones de la expedición científica de la isla de Santo Domingo y con ello contribuir a cerrar una de las discusiones astronómicas más polémicas y controvertidas del momento.

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