De 1975 a la fecha, el crecimiento de la actividad turística en el país ha sido sostenido y la transformación de esta industria es una de las más sorprendentes en la historia económica y social de la nación. Sin embargo, ese crecimiento ha provocado celos negros en diversos destinos de la región y del mundo, convirtiéndose en el campo de tiros obligado de quienes no han corrido la suerte de situarse privilegiadamente en el gusto de los vacacionistas de América, de Europa y hasta de Asia.

Los ataques despiadados, mentirosos y dañinos que ha afrontado el país son incalculables, pero es cierto que fallamos seriamente en las políticas de promoción correcta, equilibrada y de provecho colectivo, como en la estructuración de campañas verdaderas de imagen, que llenen el cometido que requiere el turismo como industria.

La politización de este renglón y, a veces la mediación corrupta de algunos funcionarios para atraer a inversionistas poco idóneos para la salud y la democracia del país, es un ingrediente a considerar en las constantes denuncias que dañan la economía, la paz social y el buen nombre de los dominicanos.

La visión que tuvieron pioneros del sector como el fenecido Ángel Miolán, la inversión hecha a partir de 1974 por el Banco Central, creando incluso, el Fondo de Infraestructura Turística (Infratur), cuando la actividad ganaba espacio en España, México, Italia y otras naciones, colocaron al país en los ojos del mundo, resaltando los valores de su belleza natural y humana.

Sabemos que las actuales autoridades, como las anteriores, han hecho grandes esfuerzos porque siga aumentando el número de visitantes y creciendo la captación de divisas para la economía local, pero han descuidado un poco el problema de la seguridad ciudadana, del pudor criollo y la promoción de nuestro espíritu anfitrión.

Debemos callar la bulla de los enemigos de los valores patrios, de las riquezas naturales y de la bondad de nuestra gente, involucrando a cada dominicano en ese compromiso. No se trata solo de cifras.

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