Nada más importante en la vida que tratar siempre de hacer lo correcto, sobre todo cuando se tiene una posición de liderazgo, y asumimos la responsabilidad de ser modelos a seguir, en nuestra sociedad, familia, o en cualquier otro espacio.

Hacer lo correcto implica muchas cosas, pues no es necesariamente cumplir con disposiciones legales que pueden estar expresamente manipuladas para que aun acatándolas haya espacio para lo incorrecto, y por eso va más allá del cumplimiento de una disposición legal, y requiere un compromiso con la ética y con los valores.

Naturalmente la definición de lo correcto puede variar según las culturas, por eso maneras consideradas incorrectas en muchas sociedades pueden ser correctas en otras. Sin embargo, hay valores universales como el respeto a la palabra empeñada y, en consecuencia, su irrespeto aquí o allá sería considerado como incorrecto.

Lo correcto no tiene nada que ver con lo que se ha hecho, pues si fuera así podrían repetirse acciones incorrectas simplemente porque hay precedentes negativos, por el contrario, hacer lo correcto muchas veces entraña romper malas prácticas, ser la excepción que provocará un cambio estableciendo un precedente positivo.

En medio de la aguerrida discusión entre las dos facciones del partido oficial, la de los seguidores del presidente de la República que promueven un tercer mandato de este a pesar del impedimento constitucional existente, y la del presidente del partido que se opone a que sea modificada la Constitución y aspira a un cuarto mandato de su líder, surgió como una clarinada la voz sensata de Isidoro Santana, Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, quien interrogado sobre la posibilidad de que se modifique otra vez la Constitución para permitir una nueva reelección del presidente dio en la diana al decir: “yo pienso que eso no es correcto”.

Si la atención se concentrara en lo que es correcto, nos economizaríamos los recursos y energías que se están gastando para buscar la modificación a la Constitución para beneficiar al presidente de turno con un tercer mandato, para hacer los cálculos de si se tienen o no los votos para aprobarla y los sucios arreglos que se rumora pondrían precio a la obtención de los votos faltantes y hasta para encontrar exponentes de rocambolescas teorías jurídicas o accionantes en inconstitucionalidad, como intentos de vías alternativas para conseguir el malhadado objetivo.

Y es que más allá de que los órganos del partido oficial, controlados por la facción del presidente, puedan decidir impulsar una reforma constitucional e independientemente de que puedan ser capaces de obtener los votos que no controlan por espurios acuerdos, y de que el impedimento constitucional existente pudiera entonces ser eliminado, el asunto no es que puedan hacerlo, sino que no sería correcto y sería perjudicial para el país y para el propio beneficiario de la modificación constitucional.

Tampoco es correcto que ante la magnitud del debate y sus negativas consecuencias como la de tener paralizados todos los temas nacionales, el presidente se mantenga en silencio, pero al mismo tiempo permitiendo que sus más cercanos colaboradores sean los promotores de la reelección, lo que hace suponer que actúan en su nombre.

Lejos de callar a las voces sensatas como pretenden algunos, lo que debería ocurrir es que el presidente las escuche, pues respetando la Constitución y sentando el precedente positivo de estabilidad del sistema que da la posibilidad de dos mandatos presidenciales consecutivos y jamás, no solo haría lo correcto para el país y su institucionalidad, sino para el mismo, pues daría una señal de que respeta la Constitución y de que se puede confiar en su palabra.

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