El acelerado crecimiento económico de Santo Domingo y la modernidad en la segunda mitad del siglo XVIII

El criollo mulato Antonio Sánchez Valverde, a pesar de su formación erudita y lo avanzado de su pensamiento, se vio afectado por el insalvable problema racial.

El criollo mulato Antonio Sánchez Valverde, a pesar de su formación erudita y lo avanzado de su pensamiento, se vio afectado por el insalvable problema racial. A pesar del origen noble de su familia, siempre tuvo obstáculos para ascender en la escala jerárquica de la Iglesia que siempre miró con recelo el color oscuro de su piel. Para obtener el cargo de racionero debió viajar a España, donde con sólidos e incontestables argumentos consiguió el puesto. Posteriormente, en tres ocasiones, optó por conseguir canonjías, pero siempre fue rechazado. La misma suerte corrió en Caracas y en Santiago de Cuba. Amonestado por su pensamiento crítico, finalmente fue enviado a Guadalajara donde siguió ejerciendo el cargo de racionero hasta su muerte. A pesar de su lucha contra la intolerancia racial de la Iglesia, logró publicar varios libros en España, en especial este sobre el que tomaremos unas notas hoy: Idea del valor de la isla Española y utilidades, que de ella puede sacar su Monarquía publicado en Madrid en 1785.

Según relata, la isla el año de 1737 escasamente tenía una población de 6000 almas. Los pueblos antiguos contaban apenas con 500 almas, caso de Contui, la Vega, hacia el norte; Azua, Bánica, Larez de Guaba o Hincha por el sur y el interior de la tierra al oeste; y Monte Plata, Bayaguana e Higuey al este. Más de la mitad de los edificios de la capital estaban arruinados y las dos terceras partes de lo que se hallaba en pie era inhabitable.
Muchas casas habían quedado abandonadas por familias transmigradas o faltas de sucesión. Sostenía que el único esfuerzo que había hecho el real erario era mandar un no muy generoso Situado y sólo haber enviado unas pocas familias miserables de las islas Canarias, de la cuales la mayor parte había desertado o muerto de enfermedad.

Pero hacia 1780, medio siglo después, todo había cambiado. La capital fue reedificada con edificios de mampostería y calles nuevas. El resto estaba construido de buenas casas de madera, cubiertas de yagua bien alineadas, cómodas y capaces. Los vecinos principales habían hermoseado las suyas por dentro y por fuera y la población había aumentado hasta tal grado, que era difícil encontrar vivienda. El mismo cambio se notaba en los demás poblados, especialmente en Santiago, Bánico y Guaba, los cuales habían crecido considerablemente, como también el Seybo y Azua. Fuera de estas poblaciones se habían puesto en pie Montecristi y Puerto Plata, como así también en la frontera norte y en Santa Bárbara de Samaná.

Según Sánchez Valverde, en primer lugar, este crecimiento económico se debió al establecimiento de colonias extranjeras. A los franceses, a medida que fueron labrando la tierra, les faltó pasto y criaderos y cuanto más ingenio de azúcar, tanto mayor la necesidad de bestias para mover la condición de sus frutos. Lo que sobraba a este lado de la isla era ganado y caballería que de nada servían sin labores ni comercio en que ejercitar los unos y sin población que consumiese lo otro. De ahí que se abriese una puerta utilísima por donde sacar lo que sobraba y traer lo que faltaba. De allá se traían herramientas, utensilios y los esclavizados que hacían tanta falta. El comercio se hacía por las costas con la nación inglesa y holandesa y lo procuraban sus islas circunvecinas. Así, se empezó a cultivar la tierra y se dio principio a los ingenios y trapiches.

En segundo lugar, porque estas introducciones de mercancías, aunque necesarias y útiles, eran fraudulentas y se procuró impedir dando licencia para corsos que, estorbando el comercio costero, encontraron una mina. Esta actividad excitó a todos los vecinos de la capital que comenzaron esta guerra en lanchas y piraguas de entre veinte y cinco y treinta hombres bien armados y al descubierto que abordaban a los contrabandistas y luego repartían ganancias. Mejoraron sus buques con los apresados y fueron enriqueciéndose muchos vecinos, haciéndose famosos corsarios y prácticos en todo el seno mexicano.

Llegaron a estar tan instruidos en este ejercicio tan lucrativo, que intensificaron sus correrías incluso yendo a los puertos enemigos. Buscaban y guardaban los cruceros más frecuentados y cortaban el comercio entre las islas y el del continente con Nueva York e Inglaterra, tomando muchos barcos de considerable porte e interés. Los corsarios más destacados fueron Joseph Antonio, Domingo Guerrero, don Francisco Valencia y un tal Olave, y sobre todo, don Francisco Gallardo. Algunos armaban los buques en otras partes, pero iban a Santo Domingo en busca de tripulación porque se estimaba a sus naturales por hombres esforzados y diestros en el mar.

Después de la guerra del Asiento en 1739, continuó el mismo negocio con las consiguientes ventajas para la isla. Continuó tras el rompimiento con los ingleses en 1761 y entonces el corso rindió más que nunca. El capitán Lorenzo Daniel, llamado vulgarmente Lorencillo, terror de contrabandistas, se hizo azote de los ingleses y les quitó más de sesenta embarcaciones tanto de comercio como de guerra.

Todo esto contribuyó al alivio miserable de la isla de principios de siglo, por los tantos efectos de los barcos que compraban, o los mismos extranjeros de la capital, o los vecinos de otras poblaciones españolas que venían en busca de mercancías para llevarlas a sus respectivas islas o provincias continentales, esta vez sí, con los correspondientes registros. Sobre todo, los esclavizados que eran el renglón más útil y estimable en ese tiempo, aunque éstos también entraban por la frontera francesa.
Unos que escapaban de la esclavitud, otros que traían los franceses para vender y otros que compraban los españoles en su colonia a cambio de sus bestias y ganado.

Así, en este vertiginoso mundo de marino en los años ochenta del siglo XVIII, la población de la isla llegó aproximadamente a las ciento veinticinco mil almas, destacando los 25 mil habitantes de Santo Domingo por su vigoroso mundo marinero y unos veinte mil habitantes en Santiago como despensa del mundo infame de la plantación francesa. Un vigoroso mundo que entrelazaba los aspectos arcaicos de la esclavitud y la modernidad capitalista, un mundo paradójico basado en el mestizaje racial y cultural que le dio a Santo Domingo un aspecto de modernidad cosmopolita abierto por el mar Caribe a múltiples y variadas influencias exteriores.

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