El primer santiagués en subir a las Grandes Ligas fue Rudy Hernández, firmado por los Gigantes de New York en 1960

Si los chinos hubiesen descubierto y conquistado la isla que hoy ocupamos, es 150% seguro que nadie jugara pelota y que tampoco existiese Haití, la que fue poblada por gente traída como bestias desde África. Hemos tenido que esperar cinco siglos para que vinieran, desbarataran la embajada de Taiwán y se interesaran por comprar todo, desde mangos, cajuiles solimanes y hasta none que ayuda a vivir más de 120 años, sobre todo el que se cosecha a orillas de conucos y en los montes. Fuésemos todos karatecas, pero no hubiesen impedido que Rudy Hernández fuera firmado por los Gigantes de New York en 1960, porque este se fue a los 13 años a vivir fuera. De esta forma Rudy se convirtió en el primer santiagués en subir a las Grandes Ligas, donde ya estaban los pioneros: Osvaldo Virgil (Montecristi), Felipe Alou (Haina), Julián Javier (San Francisco de Macorís), Mateo Alou (Haina) y Guayubín Olivo (de Guayubín). Rudy debutó el 3 de julio de 1960 con los Senadores de Washington y Marichal el 19 de ese mes y año, con los Gigantes. La ventaja de Rudy no fue el inglés que ya sabía, sino que era “blanco y de pelo bueno”, porque todavía en los 60, el racismo era mortal, literalmente. Y eso que ya había sido abolido por Lincoln en 1863.

Todavía Santiago llevaba vivo el recuerdo de sus partidos jugados en la sabana de la Plaza Valerio cuando la ciudad solo llegaba hasta la calle San Antonio, una más debajo de la San Juan (hoy Presidente Guzmán) donde se enfrentaban Yaque contra Inoa y luego la novena Sandino que devino en equipo Santiago y que desapareció en el accidente de Río Verde. Todo el rededor del pueblo tenía su equipito para entretenimiento de campesinos sin radio, ni televisión y menos teatros.

• Rudy es de los Hernández de Guazumal, Tamboril, de la misma familia de Mario que vivía frente a Porfirio Almánzar, padre de Claritza, la ex-madrina de las Águilas y esposa de Félix García; de los Hernández de Tomás Hernández Franco y Frank Marino, consejero de Balaguer, Guzmán, Jorge Blanco, Leonel, Hipólito y cualquiera que ocupara la sillita voladora.

•Después de Rudy le tocó al Chilote Llenas, quien, seguramente atormentado por la enfermedad de su madre no logró la concentración y el sosiego necesarios para establecerse, a pesar de poseer la misma ventaja que Rudy. Sin embargo, fue una tercera base destacadísima con las Águilas y los mexicanos, tanto con el guante, como con el garrote. Él y Julián se constituyeron en símbolos de las cuyayas a quienes se sumaron el admiradísimo “caretabla”, Roberto Peña, Tomás Silverio y Octavio Acosta.

•Siguió al Chilote Tomasito Silverio, un jovencito medio jojoto de Pueblo Nuevo que hacía magia atrapando la pelota en los jardines pero que al bate no consiguió la oportunidad necesaria para demostrar lo que luego hizo aquí (en 10 temporadas) y en México. En Grandes Ligas Silverio hizo una atrapada espectacular que de ser de Serie Mundial se recordaría para siempre como la que hizo Willie Mays. El palo lo dio Von Joshua y el manager contrario era Tom Lasorda y que aquí le decían La Mondonga por su afición al plato de las tripas. Lasorda por poco se desnuda en protesta afirmando que Tomasito tenía ya la bola en el bolsillo y la puso en el guante, dio el salto en la valla “y no agarró na, pero devolvió la pelota a la segunda para allantar” a los ampayas. Estos cantaron el out a pesar de los pataleos y griteríos de La Mondonga quien no pudo exigir un “replay” porque eso no se usaba todavía.

•En 1974 los Brewers de Milwaukee firmaron a William Castro, un pupilo de Papi Bisonó de Navarrete. Su alimentación a base de “arroz del bueno” le ayudó a quedarse por 10 temporadas en Las Mayores como pitcher.

•A finales de los 60 (66 o 67, inicio de la Era de Balaguer) a mí me tocó el liceo Onésimo Jiménez y a Gelo, joyero, el UFE. Nos juntamos en los pocos juegos que jugué (más como recoge bate que como primera) empujado por Tomás Peña, amigo común.
Isidro Paulino “el patú”, incentivaba a Tomás para que llegara a ser quécher en Grandes Ligas y Camacho, más que amigo, se convirtió en el “entrenador” particular de Gelo Diloné. Los primeros escenarios de Diloné fueron los terrenos del Monumento donde están los pinos del Gran Teatro del Cibao, los terrenos detrás del Estadio entre éste y el Simón Bolívar y a la derecha del Hospital de Niños, antes que se llenara de cuanto comercio de ventas de repuestos de vehículos habidos y por haber. También el play de la Bazar, una empresa que hacía guayaberas, al este del cementerio y el del colegio De La Salle.

Gelo era flaco y petiseco y caminaba como si anduviese empinado lo que contribuyó a ser el velocísimo ladrón de bases que fue y el excelente pelotero. En la campaña de 1980 con los Indios de Cleveland se robó 61 bases, bateó para 341, sonó 30 dobles y anotó 82 veces.

•En 1976 Samuel Mejía le siguió en la fila india detrás de Diloné. Aunque jugó seis temporadas en cuatro equipos (Cardenales, Expo, Cubs y Cincinnati) su actuación fue muy reducida.

•Alejandro Taveras cursó el sexto de la primaria conmigo en la escuela Sergio A. Hernández de Tamboril, local construido en la Era de Trujillo frente a la Biblioteca (antes estación de tren y luego cine). En esa época él andaba pa’ arriba y pa’ abajo con Emilianito Martínez, el único que usaba espejuelo en la escuela entera y que poseía un guante de pelota nuevo. Alejandro, jabao, con los ojos de gato, se la curaba con frecuencia para irse a jugar pelota y quizás, su padre, Antonio Taveras (Cachipo), sastre, no se daba cuenta porque “vivía escondío” de las persecuciones policiales cuando era el máximo responsable del 1J4 de Manolo y dirigente sindical de tabaqueros. El local del 1J4 daba a la Real y estaba en el solar al lado del Banreservas. Estaba su sastrería y detrás la ebanistería Rosanna.

Alejandro se convirtió en Alex en septiembre del 76 cuando los Astros de Houston, un nuevo equipo de las Mayores, lo firmó.
Alex pasó por las Grandes Ligas a la velocidad de una recta de Sandy Koufax.

•En 1977 los White Sox de Chicago firmaron al nadador del rio Yaque Silvio Martínez quien era un experto en panquear en el balneario de Bella Vista y de salir de cualquier remolino fuera el de la Peñita, frente a la Planta o debajo de la barranca de la Fortaleza San Luis, por donde se escapó el General Gaspar Polanco, “juyéndole” a un seguro fusilamiento después de ser sentenciado por la muerte del prócer Pepillo Salcedo. Eso sí, Silvio nunca se atrevió a tirarse del Puente Viejo cuando el Yaque no era la “cañaíta” que ni te moja los tobillos.

El escenario principal de Silvio fue el play de Pastor que era donde entrenaban las Águilas y a donde íbamos a “vitillar” a los jugadores importados. Silvio jugó cinco temporadas que le dejaron 31 victorias y 32 fracasos. En el 81 jugó su último partido con tan solo 31 años. Una lesión en un hombro le frenó su carrera.

• El 8 de septiembre de 1978 no era domingo de Ramos, pero Domingo Ramos lo celebró igual cuando ese día los Yankees lo firmaron. Después de 11 temporadas fue el codo el que le dio término a su profesión cuando cumplía 30 años.

• Después de Ramos siguieron muchísimos dominicanos a ser parte del espectáculo más importante de Los Estados Unidos. Del Cibao subieron, siguiendo en la misma fila, Luis Silverio, Víctor Mata, Leo García, Luis Polonia, Julián Tavares, José Lima, José Parra, Ramón Morel, Fernando Hernández, José Cabrera, Guillermo García, Edwin Almonte, Joaquín Benoit, José -Melaza- Reyes, Johnny Peralta, Franquelis Osoria y a la espera, una “retajila”, que más que prepararse, sueñan con los millones de Chanflín y se olvidan que a Santiago llegó el fútbol.

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