Al concluir “Antes y después el 27 de Febrero”, magnífica crónica crítica de nuestros primeros sueños patrióticos y grandes desgracias, obra de Roberto Cassá, me vino a la mente mi última visita al Panteón Nacional, cuando me topé con el nicho de Pedro Santana, junto a los de sus principales víctimas, los grandes mártires de nuestra Independencia. Entonces pregunté, como muchos otros, lo que ahora reitero con más fuerza: ¿Quiénes impiden hoy que esas apestosas cenizas, impuestas allí por Balaguer (heredero de Tomás Bobadilla, ideólogo de aquel tirano vendepatria) sean enviadas a la fosa excrementicia más remota que podamos encontrar?

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