El próximo domingo, último de julio, celebraremos el Día de los Padres, El nuestro, el único país donde la conmemoración se realiza en esta fecha. El origen de la celebración se sitúa en Spokane, Washington donde en 1909, Sonora Smart Dood propuso la conmemoración, honrando a su padre, Henry Jackson Smart, quien perdió a su mujer en el parto de su sexto hijo y crió a sus vástagos en una granja al este del Estado de Washington, solo, sin apoyo, con dedicación tal que servía de ejemplo.

En 1966 una proclama presidencial declara el tercer domingo de junio como día del Padre. En España se celebra el 19 de marzo, coincidiendo en la tradición católica con del día de San José, padre putativo de Jesús. Aquí lo celebrábamos en junio, en fecha muy cercana al día de las madres, desplazándose a la actual, quizás para salud del ¨bolsillo familiar¨, en total conveniencia para el comercio criollo. Independientemente del día en que se celebre y al margen de lo comercial, la motivación esencial es honrar la figura paterna, con su imagen de fortaleza y como artífice de la armonía, base de la seguridad ante la vida y como figura referente en la perpetuación de la familia como núcleo de la sociedad.

Trasmisor de una carga genética desde espacios ancestrales, se es papá gracias a aquella mujer que recibió la semilla engendradora, pero se es padre por esfuerzo propio. En infinitos casos esa figura la encarna alguien que, sin ser progenitor biológico, ha sido el creador de esas imperecederas cuerdas de ternura y lazos de amor que adornan la relación padre-hijo. Con el amor y el respeto, mezclados con una admiración infinita, porque todo lo puede, narrador de fabulas y cuentos infantiles, consejero, maestro, escudo, fortaleza y fuerza protectora, así como referente en esos espacios primeros de la brutal influencia del hogar. Existen padres ideales, amorosos, inestables que temen perder el respeto y la templanza del carácter, cascarrabias, tiernos, modernos, tradicionales, cómplices, consejeros, apoyadores, informales, sobreprotectores, irresponsables, pero en esencia Padres.

El transcurrir de la vida nos revela la naturaleza real de nuestros progenitores; la realidad de sus fortalezas y debilidades, virtudes y defectos, se acrisola un amor infinito y profundo que hace venerar, con profundo respeto, su imagen. Bendito el que ha sido tocado por las manos afectuosas de un padre de bondades silenciosas y amor incondicional, capaz de diciplinar con conciencia de futuro y con fuerzas para guiar desvíos y desatinos. Cantaba el poeta: “te salgo a buscar, padre y amigo, pues sé que estás aquí y te has quedado para irte sólo si te vas conmigo”. A mi padre, trabajador incansable, de inteligencia exquisita, de saber profundo, corazón inquieto y amoroso, jovial, galante, de agudas ocurrencias, de mirar sereno, reflejo fiel de su conciencia honrada. No te tengo a mi lado padre, pero te llevo dentro.

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