De los moralistas hay que cuidarse. Se la pasan quejándose de lo mal que va el mundo por “nuestra culpa”. Y son los grandes enemigos de nuestra libertad.

Los oímos indignarse porque somos fanáticos del fútbol y otros deportes, que acaparan nuestras mentes y nos hacen “indiferentes a la tragedia humana”.

Los oímos pronunciar la palabra “lucha” (luchas sociales, revolucionarias…) tan vinculadas a desenlaces fascistas y comunistas.

Los oímos hablar de calamidades (no se callan metiendo miedo). Que si el hambre en el mundo, que si la pobreza, que si la desigualdad, que si el cambio climático y sus consecuencias apocalípticas…

Al revés de lo que nos quieren hacer creer, hay más democracia que nunca y más igualdad, no solo económica sino también social (¿o están las mujeres y los homosexuales peor que hace 50 años?) Hay menos analfabetos, menos guerras y la esperanza de vida nunca ha sido tan alta (incluso en países subdesarrollados).

Nunca ha habido menos hambre. Ni menos pobres (en China, por ejemplo, la pobreza extrema prácticamente ya no existe).

Tampoco es tan nefasto lo del cambio climático (que siempre ha existido desde que el mundo es mundo). Tanto es así que el profesor (experto en clima) de MIT, Richard Lindzen, ironizaba cuando decía que si la situación de los mares fuese tan grave, Al Gore no hubiese comprado propiedades millonarias frente al mar. “Todo es más propaganda que ciencia”, decía.

Y en el mundo desarrollado, los bosques se expanden, las aguas están más limpias y los vehículos emiten menos vapor de combustible.

Pero mientras más nos convenzan de que todo va mal, mayor la justificación para “protegernos de nosotros mismos”, coartando nuestros derechos (y obtener para ellos poder y dinero).

¿De qué vivirían si no estos alarmistas? Mientras tanto trabajan en instituciones creadas (con nuestros impuestos) para combatir esos males. Jamás reconocerán que no son necesarios. Tendrían que reinventarse y ser productivos. Y la mayoría no sabría ni por dónde empezar.

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