La Historia conectada entre islas y costas del mar Caribe

Acabo de leer un libro que encontré en el casco viejo de Panamá días atrás, titulado Memorias de Bocas Town.

Acabo de leer un libro que encontré en el casco viejo de Panamá días atrás, titulado Memorias de Bocas Town. La vida y el tiempo de José Antonio Price, del panameño o más bien bocatoreño, como él se dice, Ariel Rene Pérez Price. Es un relato novelístico construido entre la investigación histórica y el rescate de su identidad caribeña, sin duda, como pasa en los litorales del Caribe centroamericanos traslapada tras identidades nacionales. Narra como las costas de lo que hoy se conoce como Bocas del Toro, a comienzos del XIX pertenecientes al Caribe colombiano aún, fueron repobladas por colonos provenientes de la isla de San Andrés que llegaron con sus esclavizados, huyendo de las onerosas cargas fiscales que Colombia les impuso. En su mayoría estos pobladores eran metodistas y baptistas, la minoría católica. Medio siglo después, sus descendientes pasaron a llamarse criollos y vivían de la exportación del coco, la zarzaparrilla, el carey y el caucho. A mitad del siglo XIX, más de quince buques llegaban anualmente para la adquisición de estos productos. En realidad, se levantó un caserío agrícola donde vivía un millar de personas, entre criollos, extranjeros y una masa inicial de inmigrantes del Caribe inglés atraídos por la bonanza agrícola y el fracaso de la empresa francesa del canal.

Bocas del Toro fue desde sus inicios un bastión del liberalismo radical en el Caribe, pues sus habitantes en su mayoría negros y mulatos descendientes de inmigrantes británicos y sus esclavizados, fueron la antítesis étnica del conservadurismo sudamericano, como manifiesta en una espléndida comparación el autor. Además, descontentos porque él regeneracionismo colombiano había acabado con las prerrogativas federalistas del istmo.

Hacia 1900, inmersos en la exaltación de la entrada del siglo XX, en sus toscas calles rodeadas de manglar, los mercaderes chinos, franceses y alemanes competían en ventas por la diversa clientela de inmigrantes que consideraban como suyo aquel pedazo del Caribe, que presagiaba ya el inminente dominio de la empresa de Minor C. Keiths, la primera multinacional moderna que ejercería durante todo el nuevo siglo un dominio asfixiante sobre todo litoral del Caribe Occidental y algunas de la antillas. La Tropical Trading and Transport Company, que evolucionaria hacia la infausta United Fruit Company. El desarrollo comercial convirtió a Bocas Town en un caldero étnico donde convivían alemanes, chinos, indios, franceses, libaneses, criollos y trabajadores negros provenientes de diferentes islas y que convirtieron en minoría a la estirpe latina mestiza vinculada a Colombia, ciudad de Panamá y el interior del Istmo.

A pesar del liberalismo de los bocatoreños, la UFC, al iniciar las plantaciones de banano impuso el modelo segregacionista del Sur de los Estados Unidos, donde los trabajadores blancos vivieron apartados de los demás. El racismo estadounidense no impidió que la actividad económica atrajera a profesionales liberales afrodescendientes estudiados en Jamaica y también en los EEUU. La bananera, con un despiadado modelo de explotación de sus trabajadores y del medio ambiente, provocó la conflictividad social, representada en las Huelgas y en la presencia del panafricanismo de Marcus Garvey (UNIA) que combinó, en los años veinte, el resto del cocktail. Luego la crisis de los treinta, las dos guerras mundiales y la guerra fría crearon mil historias complejas, diversas y fascinantes.

Tras treinta años estudiando la historia del Caribe observo la imaginaria fragmentación que los estudios históricos provocaron en la mentalidad de sus pueblos. A pesar de haberse dado muchos avances en el conocimiento de su pasado también hay evidentes limitaciones. En cuanto a esto, me centraré hoy en la imposibilidad de los isleños de imaginar las costas del continente. Como si el mar no rompiera contra la tierra, y como si los litorales caribeños fueran ajenos a sus vidas, a pesar de los fuertes vínculos históricos y culturales entre islas y costas desde que fueron pobladas por hombres amazónicos, o como si los trescientos años de dominación europea cabalgados sobre el mercantilismo y el comercio hubiesen podido borrar de las relaciones de los hombres de la región, y por si fuera poco, si el último siglo de dominación del norte que impuso las formas del salvaje oeste a las acompasadas aguas de nuestro mar, no hubiesen significado nada.

Uno de los puntos, que a mi modesta manera de ver produce esto, lo tiene la exagerada atención que el estudio de la plantación tuvo en la reconstrucción del pasado de las islas. Importante nadie lo duda, sobre todo, si se trata de rescatar la memoria de los indígenas, africanos y asiáticos que fueron comprados y vendidos como mercancías, en una forma cruel y vergonzosa del desarrollo capitalista, que acumulo capital para la civilización a costa de la barbarie. Pero la plantación no lo fue todo, ni mucho menos, aunque por el volumen de trabajos publicados pareciera que sí. ¿Y que pasó donde no hubo plantación? ¿no hubo nada?, ¿no hubo nadie? ¿Toda la región fue una plantación?, ¿todas las plantaciones fueron iguales.? Si no, por ejemplo, que fue de la historia de Santo Domingo español donde no existió la plantación en el siglo XVII y XVIII, y donde el sistema esclavista tuvo connotaciones diferentes al francés o británico.

Y los litorales continentales donde por más de tres siglos de dominación europea nunca existió la plantación, como los del virreinato de la Nueva Granada, con su ciudad caribeña emblemática, Cartagena de Indias, que estuvieron y aún están pobladas por indómitas identidades indígenas que nunca se doblegaron a los europeos, como el caso de la Guajira, el Darién, o la costa centroamericana de la Mosquitia. Litorales que tras complejos procesos de etnogésis, fueron habitados por poblaciones mestizas, zambas y mulatas que se adaptaron/negociaron (bargaining power), primero con el mercantilismo de los siglos XVII y XVIII, y luego con el capitalismo industrial del siglo XIX y el XX. Y las costas mayas del Henequén Yucateco, que por ser maya son excluidas del imaginario del Caribe, como si solo lo negro lo representara, como si no se tratara del mismo mar y de los mismos procesos históricos que llegaron con los vientos y las corrientes primero, y con la quema de combustibles fósiles después. ¿Qué es eso entonces?

Creo es hora de cerrar el desencuentro con el Caribe Continental como si fuera diferente, y cambiar el foco de nuestra atención con preguntas y horizontes más amplios. Entender su historia nos hará comprender mejor la nuestra y abandonar el aislamiento nos vendrá bien.

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