I.- El descalificador en su sociedad ideal

1.- El que descalifica en el fondo de su alma aloja rencores de todo tipo, resentimientos malvados, aversión centralizada y aborrecimiento enfermizo; no tiene espacio para admirar al exitoso, amar a los demás ni apreciar los valores que acompañan a quien se ha hecho merecedor de los mismos por su accionar en la vida. En estos momentos, el estado de descalabro que se encuentra la sociedad dominicana, es la ideal para la formación y desarrollo de quien procura descalificar a los que se hacen merecedores del respeto y consideración de la sociedad.

2.- Para hacer labor de descalificador, se precisa estar dominado por la envidia y la intriga, y poner estos vicios en ejecución cuantas veces se quiera incapacitar a otro con virtudes y que goza de respeto ganado con el buen proceder.

3.- No resulta fácil saber cuándo nos encontramos ante un descalificador, aunque en ellos siempre está presente el desvergonzado, zigzagueante, granuja, simulador, indigno, perverso, embustero, insidioso, malicioso e infame.

4.- La persona que hace de la descalificación un hábito, permanece mentalmente armada; en su cerebro letrino almacena todo aquello que le sirve como medio de destrucción de honras, méritos, virtudes, fama, respeto bien ganado por su talento y buen comportamiento.

5.- Los métodos más usados por el descalificador son el chisme, la intriga, la mentira, la insinuación, la difamación, el rumor, la insidia, la maquinación y la estratagema; todo acompañado de hipocresía, simulación, fingimiento; frialdad, desfachatez y absoluta indolencia.

II.- El descalificador: su víctima, forma de actuar, auditorio y escenario

6.- El descalificador no escoge como víctima a cualquier persona; él sabe hacia quien dirige su proceder diabólico; acciona contra alguien de valía; lanza sus dardos venenosos para descalificar a los ilustres, a los triunfadores, a los exitosos, sobresalientes y meritorios.

7.- El descalificador no se ocupa de los insignificantes, de los sin importancia. En razón de que su objetivo es dañar, no logra sus fines ocupándose de quien carece de brillo. Busca con su mordacidad deslustrar seres humanos excelentes, no a los mediocres.

8.- El accionar normal del descalificador no es actuar frente a frente ante el que quiere descalificar, sino que hace uso de la sinuosidad, del ondulante y siniestro zig zag que le es inherente a su persona; su obra infame y serpenteante es extraña a la franqueza y a lo directo; le conviene actuar disimulado, retorcido, nunca derecho.

9.- Para alcanzar su objetivo dañino el descalificador estudia previamente el auditorio ante el cual va a soltar su palma de fuego verbal; le gusta exponer sus ideas perversas en un círculo social en el cual su víctima sea respetada; siempre espera que la audiencia le preste atención a lo que va a decir contra el escogido para descalificar.

10.- En su afán por denigrar a la persona respetable y sobresaliente, el que descalifica se ubica por lo regular donde hay una concurrencia accidentalmente cautiva, ya sea en un encuentro de amigos y amigas, un centro de diversión, una funeraria, un club cultural o social, en fin, allí donde hay una aglomeración que se ha dado cita por algo de interés común.

11.- El escenario ideal para el descalificador hacer su indigna labor es aquel donde se mueve la persona que busca rebajar o de cualquier forma denigrar. El ambiente para vilipendiar al hombre o mujer de bien es allí donde normalmente hacen acto de presencia por su vida laboral o profesional.

12.- Todo aquel que hace el sucio trabajo de descalificar a las personas de prestigio, sabe en el momento que inicia su bajo operativo, pero no cuando lo concluye; por lo general, considera que su misión indigna ha concluido cuando ha reducido anímica y moralmente a quien procura descalificar.

13.- Alcanzada la desmoralización, el desprestigio y el descrédito de su víctima, el descalificador se siente realizado en su baja tarea; mientras más estropea la honra y prestigio de su sacrificado, más disfruta su logro; es cuestión de sembrar el descrédito hasta lo infinito.

III.- El descalificador y su lenguaje
14.- El lenguaje del cual se vale el descalificador se ajusta al fin perseguido para envilecer, despreciar al perjudicado; el sacrificado muchas veces no se da cuenta de la labor agraviante que se hace en su contra porque los términos, las expresiones del descalificador siempre están envueltas, cubiertas de malicia y doble sentido, jerga propia de los hipócritas.

15.- Para cubrir la realidad con la apariencia, el descalificador se apoya en el hablar dudoso, en términos dubitativos; en conceptos vagos y ambiguos, para dejar sembrada en su auditorio una imagen discutible hacia la persona meritoria y que busca descalificar.

16.- Aquel que se ceba descalificando a quien se ha ganado el respeto de la sociedad por sus méritos, recurre a las expresiones de “a lo mejor”; “tal vez”, “quizás”; “andan diciendo”; “no sé si es cierto”, “pero comentan”; “no le doy mucho crédito a lo que dicen, pero quien me lo dijo me merece credibilidad”, “a mi no me lo crean, pero dicen por ahí…”

17.- El descalificador procura sembrar en los demás la confusión con relación a quien se persigue deslustrar como persona de consideración y respeto; habla para inducir no a la certeza, sino a la deducción, a la suposición; el objetivo es que queden en conjeturas las virtudes de aquel que ha sido escogido para convertirlo en despreciable por desmerecer de esas virtudes.

18.- Enviado el mensaje de incertidumbre sobre las condiciones morales y de consideración de quien se trata descalificar, el descalificador logra parte de lo que busca, porque si ayer existía convicción, seguridad de la calidad probada del lesionado, ahora hay vacilación e indecisión.

19.- El descalificador concluye su obra cuando invalida moralmente a su víctima; se siente bien destruyéndole la reputación, desprestigiándola en su buena imagen; haciéndola ver como alguien ejemplo de deshonor, que solo merece el desprecio de la sociedad. Habiendo sembrado el desconcierto, si simulaba ser amigo del ofendido, toma distancia de él, se aleja para que no se sepa que fue quien sembró la cizaña para descalificar moralmente a su supuesto amigo.

IV.- El descalificador y su cómplice

20.- El descalificador no actúa solo; necesita la receptividad, los oídos y la lengua de un copartícipe que haga suya la versión que ha de dañar la honra y dignidad del agredido triunfador sobresaliente; el cooperador disfruta la acción dañina contra el descalificado con igual intensidad que el descalificador.

21.- Aquel que escucha al descalificador y da como ciertas sus versiones, se hace cómplice, y debe ser tratado como tal; la víctima de la descalificación ha de actuar frente al coautor con el mismo método que con el inventor calumniador; el compinche de la infamia hay que colocarlo en el mismo plano que al creador de la misma.

22.- El cómplice encubridor forma parte de la trama desde el momento que se hace partícipe de la conjura urdida para lesionar al hombre o mujer con méritos bien valorados por la parte sana de la sociedad.

Reflexión final

a.- El lumpen, ese desecho social que hace labor de descalificar a las personas dignas, honradas y meritorias, hay que sancionarlo con indiferencia y absoluta frialdad; haciéndole saber que es del dominio público que él es un zaramagullón de la deshonrosa y despreciable actividad descalificadora.

b.- Las personas ilustres deben elevarse ante la diatriba de sus detractores; el descalificador, con su aviesa opinión de malvado, no puede mellar la fama bien ganada de un acreditado triunfador o triunfadora.

c.- La perorata, la injuria de aquel que busca fastidiar y reducir al ser humano digno y bien apreciado en la sociedad, debe ser ignorada; el eminente ha de hacer caso omiso a lo que diga un descalificador de honras merecidas.

d.- La menudencia de persona que es el que procura descalificar a los sobresalientes, a los triunfadores y exitosos, ha de recibir el trato que merece como desecho social, vulgar e insolente y ofensivo de la buena conducta y recto proceder de los demás.

e.- Las palabras que salen de lo más profundo de los intestinos hasta llegar a la boca del descalificador, no deben ser repetidas por ningún hombre o mujer decente, porque su resonancia daña; su eco contamina y empaña la mente sana; el vocablo preñado de odio contra un ser humano exitoso, no puede ser objeto de comentario alguno. La cháchara, la verborrea del que descalifica debe caer en el vacío y en el olvido.

f.- Finalmente, me permito sugerir al hombre o mujer exitosa, a los triunfadores y sobresalientes que padecen tristeza y angustia por ataques provenientes de un descalificador, armarse de alegría, mantenerse en júbilo permanente, contagiándose de gozo, y recordarles que, si les tocare llorar, no olvidar que cada lágrima tiene su valor: es la hermana de la sonrisa.

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