Hace días cinco jóvenes murieron en un aparatoso accidente de tránsito ocurrido en La Vega. Previo al hecho, uno de ellos colgó en las redes un mensaje profetizando sus muertes y se expresaba hasta sonriente. Se notaba que todos no estaban en sus cabales, quizás producto de un desenfreno temporal o de falta de supervisión.

Juzgar lo sucedido no es sencillo, pues hay familias enlutadas, aunque no podemos cegarnos y hasta debemos ser crudos: los padres tenemos una apreciable cuota de responsabilidad cuando se presentan estas lamentables situaciones, donde están involucrados menores de edad, que andan en las calles de madrugada y sin ningún tipo de supervisión. Mientras tanto, solo nos queda promover algunas ideas para que este tipo de tragedia se evite o al menos disminuya.

Nunca olvido esta experiencia. Viajaba de noche, desde Santo Domingo a Santiago. Cuando echaba combustible en una estación en las afueras de la capital, me encontré rodeado de un millón de motocicletas, casi siempre con dos a bordo y una “fría” o un “pote” en la mano del copiloto. Y me preguntaba: ¿dónde están los padres de esos jóvenes?

Cuando arrancó la carrera, pensé que chocarían mi vehículo. Era una locura colectiva. Salí despacio. Confieso que esperaba la aparición de alguna autoridad para ponerle freno a esos suicidas. Pero nada. Ellos andaban en sus aguas, levantando las gomas delanteras, bebiendo alcohol.

Como era predecible, a unos cientos de metros la sangre tiñó el asfalto, donde tres mozalbetes volaban sin alas y caían como clavadistas. Intenté detenerme para ayudar, pero era peligroso. Llamé al 911. Y me volví a preguntar: ¿dónde están los padres de esos jóvenes?

No nos importan los semáforos ni las señales; hacemos caso omiso a los límites de velocidad; nos parqueamos de cualquier manera, incluso en lugares reservados para discapacitados; recorremos las autopistas como tortugas por el carril izquierdo; los carros de concho se detienen a recoger transeúntes donde sea; rebasamos los vehículos sin alertar con las luces direccionales.

Y no respetamos a los agentes de tránsito; detrás del volante vamos a la ofensiva, que el otro es el que debe ceder; nos colocamos el cinturón de seguridad para evitar una multa; tocamos la bocina sin necesidad, aún estando detrás de cien automóviles; cuando somos peatones, cruzamos la avenida por cualquier punto… Los ejemplos abundan.

Estas inconductas, sobre todo las que provocan muertes, se deben a falta de educación en la escuela, pero, sobre todo, al escaso control que tienen los padres sobre sus hijos menores. Ojala llegue el día en que no tenga necesidad de cuestionarme una vez más: ¿dónde están los padres de esos jóvenes?

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