La amenaza comunista no despareció del mundo ni con su evidente fracaso, ni con la caída del Muro de Berlín, ni con la apertura soviética. Simplemente se disfrazó de formas más sutiles y menos brutales, y utiliza otros discursos.

Los nuevos comunistas son los indignados con las deficiencias del capitalismo, con la desigualdad, con el daño al medio ambiente y con la discriminación femenina. Les gusta hablar de “bienes públicos globales” y se refieren al Estado como si de un sabelotodo incorruptible se tratara.

Ya no alaban al “paraíso comunista” (no quieren que se les recuerde los cientos de millones de muertos y empobrecidos de tal utopía), sino que se concentran en culpar a nuestra libertad de todo lo malo que sucede.

Quieren que se les dé el permiso para arrebatárnosla. Cuando lo logren, nos impondrán la misma pesadilla, habiendo usado otras palabras.

Con su insistente afán por la igualdad (que no hace más que disfrazar su envidia hacia los que han hecho dinero gracias a sus aportes), terminarán violando nuestros derechos a la propiedad (lo nuestro estará mejor en sus bolsillos “solidarios”) y a la libre contratación (estaremos obligados a contratar según sus criterios, como si la productividad no fuera lo único que se debería considerar).

Como entienden que el capitalismo es tan deficiente (y el Estado no), tendremos una tarjeta asignada para comprar en sus almacenes y no en mercados. Y abolirán la publicidad, que tanto nos engaña para consumir cosas que (según ellos), no necesitamos.

Todo lo que denuncian es mentira: la desigualdad en el mundo capitalista ha disminuido, los pobres son menos pobres en los países más poblados de la tierra como la India y China, y las mujeres nunca han sido más libres e independientes que ahora (a tal punto que muchas nos arrepentimos de tanto “empoderamiento” agotador).

Pero lo que a estos nuevos comunistas les importa no es que millones de personas estén mejor. Sino que gente como Bill Gates y Amancio Ortega tengan tanto (como si se lo hubiesen quitado a alguien).

Que ellos sean tan ricos es lo malo. Para nada cuestionan que sus gobernantes lo sean. Ni que se queden con los que otros hayan trabajado.

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