Petán era un barril sin fondo. Lo tenía todo y quería más. En realidad quería el cargo que tenía el hermano. Soñaba seguramente todas las noches con sustituirlo y no dejó de intentarlo porque aparte de bruto era imprudente. A causa de su imprudencia, de su ambición sin fondo, desmedida, puso en riesgo el pellejo y pasó muy malos ratos, y en ocasiones se vió obligado a darse a la fuga, refugiarse en los amantes brazos de su madre, de la matrona excelsa, abandonar el país. No se sabe si en algún momento escarmentó, si llegó a darse cuenta de que a Chapita no le temblaba el pulso para mandar a retorcerle el pescuezo. Sí comprendió al final, muy al final, que podía pasarle lo mismo que probablemente le pasó a su otro hermano, al loco Aníbal, el emperador. El loco que en muchos momentos creía ser emperador, el que amenazaba públicamente en voz alta con matar a su querido hermano Chapita y terminó suicidándose o suicidado.

Lo cierto es que con la edad, los años y desengaños y los muchos sustos o mejor dicho el miedo cerval que llegó a inspirarle Chapita en algún momento, Petán aprendió a moderar o se vio obligado a moderar sus ambiciones, a no pretender extender su dominio más allá del reino de Bonao.

Sin embargo, lo que Petán se atrevió a hacer durante la década de 1930, ninguno de los hermanos de la bestia lo había hecho ni se atrevería a hacerlo. A Trujillo no le importaban -como dice Crassweller- las barbaridades o atrocidades que Petán cometía en Bonao, pero no por eso dejaba de tenerlo bajo estricta supervisión. Sus espías e informantes le mantenían al tanto de todo lo que ocurría en el país, y Bonao no era la excepción. Chapita conocía al hermano como se conocía a sí mismo, se lo sabía de memoria, pero quizás se sorprendió cuando se dispararon las alarmas y empezaron a llegarle noticias muy inquietantes, perturbadoras. Petán estaba conspirando, definitivamente conspirando, estaba tratando de ganarse la lealtad de las tropas, tratando de ganarse las guarniciones militares de la región, no solamente las de Bonao, sino también las adyacentes, las de San Francisco de Macorís, La Vega y Moca.
Lo que se estaba gestando -afirma Crassweller- era nada menos que traición. En 1935 Petán fue detenido, conducido probablemente en presencia de la bestia, amonestado severamente y desterrado a la vieja Europa con un nombramiento diplomático de agregado militar. Hay que suponer, que para un tipo como Petán, semejante castigo debería haber sido insoportable, doloroso en extremo.

Extrañamente regresó o lo dejaron regresar al poco tiempo y volvió a las andadas, empezó de nuevo a conspirar, insidiar, intrigar como si nada hubiera pasado. Esta vez se dio a la tarea de difundir el rumor de que Chapita estaba muy enfermo, a esparcir el peligroso rumor de que se vería precisado a abandonar el poder para someterse a un tratamiento médico de vida o muerte. Quizás más de muerte que vida. Su ausencia dejaría un vacío que tal vez, en la fantasiosa mente de Petán, sólo él podía llenar si lograba hacerse con el apoyo de las tropas que trataba con cierto éxito de conquistar. Las mencionadas tropas de Bonao, San Francisco de Macorís, La Vega y Moca.

Hay que suponer que, al enterarse, Chapita estallaría en cólera. Quizás fue esta una de las veces en que lo mandaría a buscar a Petán vivo o muerto, una de las veces en que éste se salvaría porque el encargado de cumplir la misión puso sobre aviso a la excelsa matrona en procura de un milagro que no tardó en realizarse: la intercesión milagrosa de la excelsa matrona, que le ofrecería refugio a su petánico hijo en su mansión hasta que se calmaran los ánimos. Lo cierto es que al final Petán fue castigado con un breve exilio en Puerto Rico y Europa.

Mientras tanto, la bestia tomó medidas drásticas. Cambió las tropas y los comandantes de las tropas de las regiones que Petán había tratado de seducir, las dispersó por toda la geografía, pero no sin antes realizar un ejemplar derramamiento de sangre entre los oficiales que se habían demostrado más leales a Petán.

Después se presentaría en Bonao y pronunciaría un discurso vibrante y admonitorio (de esos que llaman históricos) en el que comparó de alguna manera a Petán con una serpiente y puso fin aparente a sus desbocadas aventuras y rebeldías. Lo acusó de haber suprimido y suplantado a los caudillos locales y haber hecho un mal uso del poder, y expresó su deseo, su más ferviente deseo de que todas los militantes del Partido Dominicano y sus amigos reconocieran que había una sola autoridad que encarnaba las aspiraciones patrióticas de todo el partido y el pueblo dominicano, la única a la cual debían subordinarse todas las actividades políticas en aquellos momentos estelares de la República, y que había sólo un jefe, un jefe máximo, al que no mencionaba ni hacía falta mencionar porque todos lo reconocían por las obras colosales que había realizado en el país, un jefe que desde luego era él y sólo él, que no había escatimado esfuerzo, voluntad y sacrificio por el bien de la patria y que de seguro seguiría sacrificándose hasta el fin de sus días.

Dijo, en definitiva, que para gobernar hace falta transitar por caminos anchos, por donde no transitan alimañas ni traidores, dijo que por eso no se debe abandonar camino real por vereda, dijo sin decirlo, o por lo menos dejó entender algo así como que dos culebros machos no pueden vivir en la misma cueva y que en este fluvial país toda la cueva era suya.

Petán regresaría no mucho tiempo después un poco cabizbajo a su disminuido reino, humillado quizás por la vergüenza que le había hecho pasar su propio hermano, pero volvió a ocupar el trono con su habitual prepotencia, sólo que esta vez, en lugar de dedicarse a armar conspiraciones contra el orden constituido, utilizó la inteligencia que le quedaba para dedicarse a los más ventajosos negocios, negocios de esos que llaman redondos, en condiciones de monopolio que le garantizaban pingües beneficios.
(Historia criminal del trujillato [42]).

BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator. l

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