Diríamos, a su favor, que, en algún momento, iba, como se dice en el argot popular, en el carril de adentro. Y haciendo un símil, no es la primera vez que el fenómeno se da en la vorágine sociopolítica de un continente signado por los contrastes y aquella estulticia, acaso impredecible o profética, de que a veces las mismas olas que te elevan a la cima son las mismas que te traen de regreso a la orilla. Para muestra un botón: la que fuera ex candidata-presidencial, Ingrid Betancourt: tras su secuestro-cautiverio, recibió, en apoyo y solidaridad ciudadana, todo el fervor publico de una sociedad –la colombiana- lacerada por la guerra, el terrorismo y la violencia (que amenaza de nuevo); mas sin embargo, ya rescatada, bastó una palabra-reclamo -de su boca-: “indemnización” y ahí mismo, decretó, ipso facto, su muerte política…

En nuestro país, hace poco, aunque de un modo quizás no pensado sino espontáneo, el fenómeno se dio, quizás no definitivo, en una figura valorada, que, prácticamente, se esfumó en un santiamén al obviar, de un porrazo, a dos líderes sostén y armadura -política-social- para un posible endorso que, en mi opinión, se escurrió como “agua de borrajas”.

Fue, desde todo ángulo, un desliz infeliz y salida innecesaria ante un escarceo periodístico que bien pudo esquivar o torear, experiencia aparte, sin mayores consecuencias…

Otra figura, en los mismos afanes, tuvo una idea cuasi pecado capital. Ignorando, quizás, que el acto, por mas altruismo que invocara al exorcizar los demonios que quería conjurar, igual lo devoraba-consumía también.

Probablemente, ambos desenlaces (igual que el de Ingrid Betancourt), quedarán como registros socio-históricos-políticos de cómo forzar un posicionamiento electoral, no tener idea de cómo manejar el trascender en una sociedad -el caso de Ingrid- o, sobredimensionarse en un momento dado, puede conducir a arruinar una carrera política, una coyuntura –política-electoral- favorable, o lo mismo, una valoración ciudadana
ascendente.

Un último epílogo-surrealista, podría ser el que copó, hace poco, nuestra atención política-mediática: una franja política hizo rabiosa oposición sin reparar más que en táctica-coyuntural; y, “curiosamente”, logró que “la oposición” hiciera carrusel con ella. Hoy, bajo la misma estrategia, otra vez logra lo mismo; pero bajo el influjo del código del perdedor que no tenemos en nuestra cultura política. Y a un costo para la imagen-país y el buen crédito internacional de una institución nacional modelo en gestión electoral.

Ojalá reparemos en esos extraños destellos, y nos preguntemos: ¿Qué es esto? ¿Por qué avanzamos y retrocedemos? ¿Por qué?.

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