Un día imaginé que Ada Balcácer volaba. La conjetura, por supuesto, tenía razones válidas. Revoloteaban siempre, día a día, en compendios verdiazules de asombrados espacios, sus flores y sus hechizos vegetales. Eran también de impalpable sustancia aquellos bacás y unos isleños enigmas que los trazos de Ada habían despojado de toda máscara. Ocurre que este universo artístico brotó como refugio perenne de formas vivas, de signos y representaciones alegóricas que jamás enmudecen. Acaso un mandala, cuya energía centrípeta enlazara la infinitud y el equilibrio del universo con la sabiduría visual de Ada.

Ella titula Infinitum a esta exposición, concerniente a un ejercicio creativo de 70 años: “Ahora he desarrollado una obra con propuestas claras y seriadas: Los Esferoides moviendo el Cuadrado”.

Y Ada persiste en su levitación insobornable. Rastrea el movimiento como una cuarta dimensión del espacio pictórico. Figuras que cambian de lugar en el recuadro y persiguen, ellas mismas, su incierto equilibrio. Imágenes colgadas e imágenes clavadas a los muros. Curvaturas amarillas y rojas y sepias.
Esferoides inscritos en cuadrados, de donde saltan arbustos y peces rubicundos. Redondeces vacías como en la soledad de los inicios. Redondeles del crepúsculo y discos radiantes a manera de soles tropicales.

De repente, Ada abriéndole paso a la reconditez de sus misterios. Ada encumbrada en bosquejos siderales. Ada en la celeste mocedad de una travesía inacabable. Ada incitando señales y quimeras con los ojos llenos de luz.

Ada/hada volando hoy a los 89.

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(Del catálogo de la exposición INFINITUM de Ada Balcácer en Galería Mamey; Santo Domingo, 23 de octubre de 2019).

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