Me encanta la gente que hace planes.
Aquella que organiza su día, que tiene una hora
para cada cosa y una cosa para cada hora.

Amo la organización. Pero no puedo entender cómo la gente va desarrollando una agenda, como si de un guión de televisión se tratara.

Me asombra ver que, a sabiendas de que ese estilo de vida nos somete a un estrés excesivo, todavía existen personas que continúan viviendo de esta forma.

No es que esté mal planear el día y hasta la semana, sobre todo, si se tienen compromisos laborales y responsabilidades familiares. Lo que está mal es vivir bajo el rigor de patrones que no tienen cabida a la espontaneidad.

Improvisar no está mal, cuando esta improvisación no implica arriesgarnos o poner en riesgo a otros, cuando no cause daño alguno.

A veces hacemos un plan sobre un paseo, una reunión o un viaje, tardamos días imaginando lo que haremos cuando llegue el momento, sentimos que nada, ni nadie nos hará cambiar el diseño que realizamos. Todo se hará conforme lo hemos dispuesto.

Sin embargo, por esas cosas inexplicables de la vida, sucede lo inesperado, nos vemos forzados a cambiar el plan o desistir de lo que queríamos.

Unos, aquellos que no admiten alteraciones en su patrón, se sentarán a lamentar los imponderables.

Otros, aquellos que siempre buscan la manera de alcanzar sus objetivos, por cualquier vía que les sea posible, seguirán adelante, verán sus opciones y tomarán la que crean conveniente.
Muchas veces, nuestras experiencias inolvidables, los mejores recuerdos de personas y lugares fueron producto de situaciones inesperadas, como una una visita en busca de algún servicio que termina reuniéndonos con el amor de nuestras vidas, una llamada que realizamos con un fin y que deriva en otros términos, una sorpresiva invitación a cenar, que se traduce en una relación de años, que con sus altas y bajas, sus episodios de amor y pasión, sus capítulos de desamor y de días sin hablarse el uno al otro, de ácidas discusiones que parecen marcar el final, pero que no pasa mucho tiempo para darnos pruebas de las profundas raíces de un sentimiento mutuo que solo existe cuando dos han sido creados el uno para el otro.

En resumen, muchas de nuestras mayores conquistas, nuestras mejores historias iniciaron de manera sorpresiva, de improviso. Llegaron así sin más, sin decir, sin avisar…

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