Si las personas fueran más observadoras, si ante cada uno de nuestros días nos tomáramos el tiempo para valorar cada cosa, cada instante, cada palabra, cada compañía, aquello que recibimos, lo que damos.
Si cada uno aprendiera a valorar cada momento y situación, cuando estos son favorables, pero de igual modo, también aprendiéramos de aquellas que no nos favorecen, si nos dedicáramos a entender lo que nuestros errores nos quieren enseñar.

Si ante cada adversidad buscáramos fortalecernos en vez de caer derrotados y perder las fuerzas para luchar y revertir el dolor.

Si las lágrimas por las heridas que nos causan, en vez de volvernos duros, desconfiados e insensibles, sirvieran para hacernos entender que aquellos que nos han herido, al final, serán quienes más tendrán que perder.

Si la tristeza por la soledad y la falta de afectos, nos hiciera apreciar a aquellos que siempre estuvieron presentes, aún en nuestros peores momentos, en vez de convertirnos en seres amargados, que cierran sus puertas a toda posibilidad de amor o amistad.

Qué diferente sería la vida, si lo que nos falta dejara de ser lo más anhelado, si lo que perdimos no se convirtiera en lo más amado, si diéramos el justo valor a eso que tenemos, que es nuestro, a aquellos que por más heridas y sufrimiento, por más malos ratos y disgustos, ha permanecido fiel a nuestro lado, procurando siempre darnos lo mejor de sí.

Muchas veces debemos perder para saber el real valor de lo que hemos perdido. Quizás siempre lo supimos, pero el deseo de que las cosas fueran diferentes, ensombreció todo lo hermoso y nos impidió disfrutar lo que era, como era y como en un principio supimos y aceptamos.

Es muy difícil cuando nos convertimos en nuestro peor enemigo. Si es que te llegas a dar cuenta de que tú eres el principal responsable de tus problemas y sufrimientos, ¿cómo enfrentarte a ti mismo? Si por el contrario, solo sientes el dolor y no eres capaz de identificar de dónde proviene, es peor, pues te comenzarás a proteger de un culpable, que en realidad es otra víctima.

En el fondo, de lo que se trata es de aprender a vivir, una tarea que parece muy sencilla, pero que sin embargo, no lo es tanto, cuando vivir va más allá del acto natural de simplemente existir y respirar.

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