La hermana República de Chile vive un violento estado de insurrección, que contabiliza decenas de muertos, cientos de heridos y miles de afectados. Enormes pérdidas materiales, daños profundos al sistema de transporte colectivo; decenas de vagones del Metro, 100 estaciones saqueadas o destruidas, actos vandálicos en supermercados y negocios, caracterizan las “protestas” que han sembrado el caos.

La chispa que dispara la situación de descontento colectivo es el alza del pasaje en el Metro. La violencia desatada no concuerda con el grado de madurez de la sociedad chilena y parecería más una reacción de violencia primitiva en Haití, que, en un país con un envidiable desarrollo económico social, modelo de toda América. Parecen surgir fracturas sociales sumergidas y un supuesto malestar social que saca el descontento colectivo. Los “encapuchados”, llenan de terror las calles de Santiago, causando daños mayores, que afectan sensiblemente al ciudadano de a pie y tengo serias dudas acerca de la “espontaneidad” de estas reacciones. Ayer la prensa dio cuenta del asalto a una iglesia y las fotos muestran grotescas imágenes de figuras de yeso decapitadas, bancos de madera donde los feligreses se sentaban haciendo marco de ellas, como barricadas posteriormente incendiadas.

El respeto a lo religioso, aunque el descreimiento prime, ha sido factor constante aun en la violencia primitiva. Esto sacudirá a mucha gente que entenderá que la fuerza destructiva de los que están tras estas acciones violentas va más allá que la destrucción material, sin más sentido que plantar el terrorismo, con confuso apoyo emocional y material de los afectados. Las consignas de la insurrección chilena apuntan mas a estrategias de izquierda radical, que bien quisieran hacer de ese país un laboratorio de ideas políticas, contando con una economía robusta y una estructura productiva adelantada. Lo contrario sucede en Haití, con enorme potencial social negativo, donde cualquier oferta de bonanza parecería positiva, pero contando con una base productiva insignificante y de dudoso desarrollo futuro. Ese espejo, y sus terribles consecuencias, debería servir a los líderes criollos, de todo orden, para proyectar la situación en ese país, calcada sobre el país dominicano.

Tenemos enormes deudas sociales y el empresariado, en su gran mayoría, escamotea equilibrios salariales apropiados como los sugeridos por Héctor Valdez Albizu, Gobernador del Banco Central, muy bien informado de las cifras interiores de la economía y los sectores productivos; por Gonzalo Castillo, candidato político del PLD y otros tantos, que han recibido más explicaciones huecas que respuestas fundamentadas. Los márgenes de utilidad, en determinados sectores, no guardan relación con los niveles salariales de sus empleados. El salario es importante factor de distribución de riqueza, pero no el único de los malestares medulares pendientes.

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