El Centro de Niños y Niñas Andrea Soriano (Hogar Enmanuel) está en el municipio de Quisqueya

Mirqueya Guzmán es una mujer de fe. Al verla entrar al aula, todos los niños acuden a ella como abejas al panal. Incluso el pequeño Andy Rosario, quien a pesar de tener síndrome de Hunter, deja entrever, con esfuerzo, una sonrisa que cautiva.

Al igual que Andy, otros 162 niños, entre ellos huérfanos y con alguna discapacidad, reciben educación, alimentación y los medicamentos que demandan sus situaciones, en el Centro de Niños y Niñas Andrea Soriano (Hogar Enmanuel), ubicado en Quisqueya, uno de los municipios más pobres de San Pedro de Macorís.

Este espacio, dirigido por Guzmán, es la única institución en su clase en las cercanías de esa provincia del este del país. El Centro comenzó en la comunidad de Pueblo Nuevo, hace más de ocho años, donde únicamente tenían una sala de tareas y se impartía prescolar, pero además trabajaban con niños que padecían de discapacidad auditiva.

Al principio, cuando apenas eran un comité, el objetivo era ayudar a los huérfanos y limpiabotas que deambulaban en las calles. “Cuando era docente, no olvido que una de mis alumnas, que tenía una enfermedad muy delicada, murió por falta de gestiones. Eso me marcó. Me prometí a partir de ese momento buscar ayuda para los niños de mi comunidad”, manifiesta Guzmán acerca de las motivaciones que la llevaron a crear el Centro. En esos momentos, recuerda, “Quisqueya estaba pasando por una situación económica crítica, debido al desempleo provocado por la capitalización de las empresas del Estado”.

El proyecto se trasladó hasta ese municipio cuando Guzmán, quien era docente en la Escuela Eugenio María de Hostos, recibió la visita de uno de sus estudiantes de secundaria. Su alumno fue acompañado de su pastor, quien era representante en el país de una organización religiosa en Estados Unidos llamada Score International. A través de esa entidad, se hicieron los contactos con McLean Bible Church quienes junto al beisbolista Alfonso Soriano realizaron varias actividades para recaudar fondos y construir la infraestructura actual.

“Aunque yo no quiero hacer ninguna distinción, la atención que merecen los niños con discapacidad es mayor, ya que son los que tienen menos posibilidades, han sido los olvidados, pero los que tienen muchas ganas de desarrollarse”, afirmó Guzmán, quien fue una de las finalistas del premio Mujeres que Cambian el Mundo del BHD León.

La educación que se imparte en el Centro, además de apegarse al currículo del Ministerio de Educación, también tiene como eje transversal la religión. Debido a que, en todas las aulas, cada vez que Guzmán entra y saluda, los niños se ponen de pie y al unísono exclaman algún versículo de la Biblia.

“Dios nos ha llamado a servir. Mi prioridad es darle la oportunidad a un niño, sin importar su condición, de soñar, de aprender, de ver la vida de una forma diferente a pesar de las limitaciones”, acotó.

Guzmán, además del Centro, ha sido una líder comunitaria que ha influenciado de otras formas. Una de ellas fue la construcción de 20 viviendas para personas de escasos recursos de la comunidad así como la entrega de 200 camarotes, especialmente para las madres solteras de algunos de los niños del plantel.

Igualmente, gestionó la construcción de una planta purificadora de agua, que está justo al lado del Centro, y que le brinda empleo a varias personas. En el futuro, Guzmán espera que esa planta sea ampliada y contribuya todavía más al desarrollo de la comunidad y del proyecto educativo, que subsiste gracias al apoyo y la colaboración de donaciones. El agua suele ser donada a los trabajadores de la planta y el Centro semanalmente.

La plata sirve igualmente de sustento para el centro educativo, pues de ahí se saca el dinero para comprar la comida que reciben los niños y sus insumos médicos.

Guzmán advirtió, sin embargo, que uno de sus principales retos es mantener el Centro abierto, debido a que regularmente no cuentan con lo suficiente para darle a los niños de comer y hace dos meses el personal no recibe su pago correspondiente.

Mirqueya Guzmán.

“Me sentía como un ave sin nido”

Cuando tenía apenas 6 años, Mirqueya Guzmán sufrió la separación de sus padres, producto de que su papá había formado otra familia. Esa situación la sumió en una tristeza que empeoró el ya crítico estado de pobreza en el que vivía. “Mi papá se olvidó de nosotros. Fueron muchos años pasando hambre, no tenía ropa ni zapatos para ir a la escuela. En muchas ocasiones anduve descalza en mi pueblo, y mi madre tuvo en varias ocasiones que tomar mi cuaderno y cortarlo por la mitad para darle un pedazo a mi hermana”, narró entristecida. Guzmán recuerda que se enfrentó a una depresión tan profunda que en varias ocasiones pensó quitarse la vida, “porque me sentía como un ave sin nido, pero Dios me hizo entender más adelante que debía vivir para cumplir su propósito, para brindar amor y ayuda”.

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