Estados Unidos tiene un buen ganado sitial en el mundo como una gran potencia económica y militar. Ese posicionamiento fue alcanzado por una multiplicidad de factores, combinados por su fuerza y su agresividad comercial y política. No fue gratuito. Lo ganó liderando la economía por sus líneas de producción en todas las gamas y por su elevada capacidad innovadora. Amparado en los llamados valores de la libertad y apertura de los mercados, sus empresas están en todas las regiones. Cuando se ha salido de los cánones y ha utilizado la fuerza para imponer su voluntad ha recibido la censura de pueblos y Estados y cuando ha jugado roles positivos incentivando el progreso ha sido valorado positivamente.

Por esa sumatoria de factores, los norteamericanos son reconocidos, por alcanzar una calidad de vida envidiable y merecida. Para eso han trabajado.

Lideraron los mercados por sus altos estándares y en esa medida fueron los grandes protagonistas de la apertura y la globalización.

Pero a partir de la administración de Donald Trump, se ha olvidado que esos logros son fruto del trabajo creador y de sus competencias.

Por eso choca cómo Estados Unidos se resiste a la apertura de los mercados. Su principal problema ahora es China Popular, que da pasos gigantes en el desarrollo de sus industrias y en la alta tecnología. Dejó atrás el aislacionismo para abrirse al mundo con una declarada determinación de convertirse en destino de la humanidad.

Mientras China, que promovía la autarquía desde el Estado se abre a las inversiones y al comercio, promueve la globalización y la eliminación de las barreras, el viejo líder mundial retrocede, lamentablemente reviviendo los tiempos de las ideologías y el vetusto conflicto Este-Oeste del período de la guerra fría, que tenía como antagonista a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

La gran nación del Norte debe jugar a la libre concurrencia en los mercados y no pretender bloquear a otras naciones mediante el miedo a una supuesta pretensión china de supremacía a partir del uso de “sofisticados” recursos tecnológicos para “controlar” a los países.

Todo esto, a propósito de la queja del senador Marco Rubio sobre la tecnología china en el 9-1-1 de aquí.

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