Los chilenos tienen razones poderosas para protestar, toda vez que su economía muestra envidiables ribetes de desarrollo robusto y dinámico crecimiento sostenido, que no guarda estrecha relación con la calidad de vida. La marcada desigualdad vigente en Chile, ha sido uno de los factores considerados por analistas, buscando razones medulares para un estallido de descomunal virulencia, con consecuencias de graves daños a espacios públicos y en privados. Un agravante de consideración es una Constitución redactada por la dictadura de Pinochet, vigente desde 1980, que en el 2011 provocó una grave situación caracterizada por protestas estudiantiles que no lograron su modificación. Una frustración colectiva, fue la secuela, que hoy renace con más fuerza. Manos invisibles movieron fuerzas para que el paso de la dictadura de Trujillo a un sistema democrático, fuera lo menos traumático posible. Como muestra véase cuantas calles de la capital llevan nombres de personajes destacados de la Era de Trujillo. Esa Carta Magna chilena no “se quedó” por error… Mucho se ha escrito acerca del oscuro poder de la ONU sobre Chile, más a partir de “acuerdos” nada transparentes, que comprometen su independencia. Ninguna explicación convence acerca del tema de los haitianos “sembrados” en Chile, en una “apertura” que perjudicaba sensiblemente a sus ciudadanos, en apoyo a emigrantes de un “mundo sin fronteras” y gobiernos obligados a darle todos los derechos imaginables, en su condición de “nuevos chilenos”. Luce como si Chile estuviera a merced de quienes quieren realizar experimentos sociales y políticos, en un país de solidez económica y fortaleza en sistemas provisionales y de seguridad social. Los perjuicios a la población parecen no importar a quienes están detrás de estas aberrantes ideas. Una sociedad de naciones de norte extraviado, trata de crear un gobierno mundial con control hasta de las preferencias sexuales. Sin ánimos paranoicos, el espejo que Chile ofrece en un convulso panorama latinoamericano, debe llamar a reflexión a los criollos. Aunque con problemas de caracteres muy distintos, concurren elementos que deben hacernos reflexionar para evitar errores en el manejo de las frustraciones ciudadanas y la percepción acerca del bienestar común. El empresariado dominicano ha sufrido por largo tiempo de una peligrosa miopía socioeconómica, complicada por el accionar político y sus límites fronterizos. En lugar de aprovechar a los de avanzada percepción de ideas sociales, usan la zancadilla y el descrédito, como herramientas, creyendo que esto afianza su hegemonía y la pálida representatividad que enarbolan. Los dirigentes se eligen; los líderes nacen y se desarrollan. Chile es un vivo ejemplo y el desarrollo de su última crisis deberá provocar cambios estructurales profundos. El valido temor conduce a que observemos de forma acuciosa a Chile y cuidemos a Dominicana. .

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