Algunas veces pensamos que estamos proyectando a los demás la imagen que deseamos. Pensamos que los otros nos ven tal y como queremos.

Unos, entre los que me incluyo, vivimos, actuamos, decimos y hacemos lo que sentimos, sin poses, sin calcular si les gustará o no a los demás. Las personas que viven de esta manera, no serán muy populares, pero sí muy respetadas, pues prefieren herir de muerte con la verdad, o al menos con lo que realmente opinan sobre algo o alguien, que aliviar el daño con una mentira, solo para no perder afectos.

Es bueno decir que en su tránsito por la vida, los entornos y las relaciones, estas personas serán también muy envidiadas, sobre todo, por aquellos que darían cualquier cosa por parecérseles, por hacer y decir sin temor, pero que no pueden, porque tienen mucho que perder.

Otros, más diplomáticos, en su afán por estar bien con todos, por ser queridos, por ganar afectos aunque no sean sinceros, tratarán siempre de ofrecer una imagen agradable, dejarán abiertas las puertas de sus vidas para acoger a todos, aún a aquellos con quienes no tienen nada en común. Vivirán seguros de que todo el mundo los aprecia y valora, pero están en un error.

En realidad, me da risa cuando la gente se preocupa demasiado por lo que el otro, que no es su familia, pareja o amigo cercano, piense de él o de ella. No contemplo la idea de cohibirme de decir algo que siento y creo, por el solo hecho de que alguien, que muchas veces es solo un compañero de estudios o de trabajo, se va a molestar y “me dejará de querer”.

Muchas personas pasan por alto situaciones que les causan dolor o incomodidad, sólo porque temen que al manifestar su malestar, sea rechazado y aislado del grupo, sobre todo, si quien le causó el daño es alguien bien visto y valorado por los demás.

En realidad, esa preocupación de tratar de influir en la forma en la que los demás nos ven, no perjudica más que a uno mismo, ya que cada quien te verá y juzgará como más le convenga o como mejor le parezca.

No importa cuánto te esfuerces por caer bien, no importa cuánto hagas por caer mal, por molestar, al final, cada quien te verá como quiera.

Por eso, solo quienes amo y quienes me importan pueden escuchar de mí una disculpa; solo quienes realmente me importan me han escuchado pedir perdón; solo quienes amo me hacen llorar; solo quienes me aman me ven como soy; solo quienes amamos saben quiénes somos y lo que pueden y no pueden esperar de nosotros.

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