La capacidad del habla que poseemos los humanos, es de importancia tal, que es precisamente la que nos confiere la condición de seres racionales, es la que diferencia a los humanos de los animales.

Poder hablar, comunicar mediante la articulación de las palabras es un don, una facilidad de la que disponemos y nos facilita mucho la vida y la convivencia con los otros.

Sin embargo, es precisamente esta la razón por la cual dejamos dormir un poco el instinto.

Hablamos, decimos las cosas que queremos hacer creer que sentimos y pensamos, pero son palabras vacías, carentes de la fuerza y la verdad que solo poseen aquellas cosas que nacen del alma.

Hablar y poder entender a los demás y que estos a la vez nos entiendan es una ventaja y proporciona una inmensa seguridad y confianza, pero, existe un lenguaje que comunica más que todas las palabras, un conjunto de sentimientos que solo pueden ser expresados y entendidos con una mirada, con un beso, con el toque de unas manos que te abrigan cuando el frío casi congela tu piel.

Se trata de un idioma con el que construyen el más extenso diálogo, dos personas que se aman y que solo con sus miradas pueden decir mil palabras.

Este lenguaje nos recuerda al de las personas con sus mascotas, quienes se convierten en los mejores amigos, se comunican, se profesan amor, lealtad y se regalan tiernas caricias.

Muchas veces una mirada de tristeza nos habla de la desesperación y el dolor que una persona está padeciendo y no encontramos qué decirle para confortarla. Bastará un abrazo, una mano en el hombro para ofrecerle el apoyo que necesita.

El amor, la pasión, la lealtad, la solidaridad, la alegría, la más
profunda tristeza y el dolor más desesperante, muchas veces se
expresan con un gesto, un fuerte abrazo, un beso, tierno o apasionado, depende de quien lo reciba.

En muchos casos nuestros más sinceros y profundos sentimientos los expresamos con un lenguaje que va más allá de las palabras.

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