Es la intriga interna lo que mina la estabilidad de un gobierno. A finales de los ochenta entrevisté varias veces al presidente Balaguer en la investigación de obras sobre Trujillo. En una de ellas, la cita me fue concedida semanas después. Al terminar la entrevista me percaté que su interés al recibirme poco tenía que ver con el mío cuando preguntó sobre Carlos Morales, Vicepresidente de la República. Morales tenía unas dos semanas que no iba a su despacho enfadado por las intrigas del cerrado anillo que rodeaba al Presidente, lo que daba la impresión de haber caído en desagracia. Yo estaba al tanto de su enojo desde el día en que salimos al balcón para eludir las escuchas colocadas por todas partes en su oficina.

Yo le respondí al Presidente que tenía tiempo que no veía a Morales y que de hecho desde mi renuncia como director de CORDE meses atrás, apenas nos reuníamos. Me preguntó si era que algo le molestaba, lo que me convenció de que su propósito era indagar, o confirmar probablemente, las razones personales del alejamiento de su Vicepresidente. Me aventuré a decirle que el disgusto parecía ser su resistencia a tolerar la dosis que en Palacio le estaban dando. Balaguer sonrió inquiriendo de qué medicina se trataba. Respetuosamente le dije que entendía era un equivalente a “materia fecal”. Con una carcajada inquirió sobre cuánto le estaban administrando y cuál podía ser su cuota? Me atreví a responderle que tal vez, conociéndolo, estaría dispuesto a tolerar tres, pero no cinco cucharadas diarias.

El rostro de Balaguer se endureció y clavando las uñas sobre mi brazo izquierdo exclamó: “¡Dígale a nuestro amigo que mientras más alto uno está, mayor es la cuota. Él sabe que hay días en que yo tengo que engullirme hasta cien barriles de mierda!” Corrí a casa de Morales para decirle que el Presidente quería verlo. Dos días después estaba de vuelta en el Palacio.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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