Una montaña de desperdicios se ha convertido por décadas en el hogar y sustento de decenas de familias que han hecho de la basura un sistema de sobrevivencia.

Desde hace más de 30 años varias familias conviven dentro del gran depósito de basura en el barrio La Lila, del sector Los Tres Brazos, Santo Domingo Este, muchos cautivados por el negocio de recogedores de basura en carretas, depositándolas alrededores de sus casas y permitiéndoles disponer de dinero a diario.

Como si fuera un vertedero regularizado por las autoridades, alrededor del mediodía, niños, adultos y ancianos comienzan a llegar en sus carretas arrastradas por cabellos, repleta de desperdicios sólidos que se depositan allí cada día.

Raúl Sepúlveda Medina, quien se dedica a la labor de recoger basura, hace más de 20 años, aseguró que obtiene una ganancia que oscila entre 300 y 600 pesos diariamente. “Tengo que hacerlo, debo mantener a mi familia y de aquí es que vivo”, afirmó con rostro contraído.

Al parecer para el Ayuntamiento de Santo Domingo Este, no existen los mecanismos para impedir que estos residentes respiren, convivan y que niños consuman, incluso, residuos de comidas que llegan al basurero, debido a que a pesar de vivir prácticamente en el centro de la ciudad, parece que viven a mil kilómetros de la civilización.

La barriada cuenta con altos niveles de contaminación, sobre todo por su cercanía con el rio Ozama. La mayoría de sus residentes se encuentra expuesta a la insalubridad y pobreza extrema.

“Ya de ese basurero hemos hablado muchas veces, aquí nadie viene y los mosquitos, dengue y malaria arropándonos”, manifestó Patricia Cueva quien lleva 25 años residiendo en el barrio La Lila.

Según el boletín epidemiológico más reciente, la zona de Los Tres Brazos, se encuentra en una situación de emergencia por la gran cantidad de afectados de malaria, representando esta demarcación y La Ciénaga el 93% de los casos que se detectaron en el Gran Santo Domingo.

De igual forma Nereyda Santana, de 73 años, afirmó a reportero de elCaribe que se dedicó a este oficio por la falta de sustento y que este negocio permite disponer de dinero todos los días. “Yo le compré un caballo a mi nieto, para que me busque la comida”, dijo.

Para el nieto de la señora Santana, quien no identificamos para proteger su integridad, desde muy jovencito las palabras casa, trabajo y basura se convirtieron en sinónimos.

“Ven habla conmigo que yo te voy a decir (refiriéndose al reportero), yo me crie jugando aquí con los caballos y puercos que vienen aquí a comer de la basura. Salgo todos los días, le traigo dinero a mi abuela y me dan la mitad de lo que se hace”, expresó reflejando cierto orgullo.

Sin embargo, este panorama no solamente es desgarrador para los habitantes de esta comunidad, sino también para los animales que son sometidos a largas horas de trabajo para realizar este oficio.

Según la Ley 248-12 de “Protección Animal y Tenencia Responsable” prohíbe el uso de animales para el arrastre de carretas u otros vehículos empleados en la venta de productos comestible. Aunque la legislación sobre protección animal tiene más de seis años vigentes, carece de un reglamento que haga viable su aplicación.

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